El 1960, un grupo de politólogos estadounidenses realizaron una encuesta, en la que preguntaban que pensarían si uno de sus hijos se casara con un militante del partido opuesto al que apoyaban. En aquel momento solo entre un 4% o 5%, de demócratas y republicanos respectivamente, expresaron desagrado por la idea. En 2010 volvieron sobre la misma interrogante. Los resultados: 33% de demócratas y un 49% de republicanos dijeron estar poco o muy infelices ante dicho supuesto.
Steve Levitsky y Daniel Ziblatt utilizan este ejemplo para aseverar que ser demócrata o republicano ya no se trata de una cuestión de adscripción partidaria, pasó a convertirse en un elemento fundamental en la construcción identitaria de los individuos.
La elección de Donald Trump en 2016 fue la mayor expresión política de esta grieta, que consume a la sociedad y clase política estadounidense. Pero este personaje es solo un síntoma de una enfermedad que viene incubándose desde hace décadas.
Para los años ´60, el marco ideológico de los partidos era transversal, de esta forma, los demócratas podían contar entre sus filas con liberales, obreros sindicalizados y afroamericanos, pero también de conservadores sureños, incluso miembros del Ku Klux Klan. Lo propio acontecía con los republicanos, que no rehuían a ciertos componentes liberales entre sus filas, mientras que los grupos evangélicos se encontraban distribuidos equitativamente entre ambos.
Los parlamentarios de estos bloques mantenían una fluida relación, buscaban alcanzar consensos en cuanto a temas como los impuestos y políticas regulatorias, pero en general mantenían fuera de agenda asuntos raciales, a pesar de la existencia de movimientos por los derechos civiles, ocasionalmente dentro del partido. Fueron precisamente estos últimos quienes lograron instalar la agenda, que las élites partidarias pretendían dejar bajo el tapete. Con el tiempo, los demócratas fueron configurándose como el partido de las minorías, mientras los blancos de clase media e inferior se volcaron generalizadamente hacia el bando republicano.
Pero esto por si solo no alcanza para entender como la polarización fue calando tan hondo y adquiriendo tanta virulencia. Los basamentos sociales y étnicos, que experimentaron importantes cambios en las siguientes décadas, también tuvieron su profunda influencia en esta dinámica.
LD (Agencias) 2020-09-30
Algunos datos que dan cuenta de las dimensiones de este cambio: para 1950, la población no blanca era inferior al 10%, mientras que en 2012 estos representaban al 38%. En paralelo el voto Demócrata pasó de contener un 7% de no blancos al 44% para el 2012, quienes no superaban el 10% para los republicanos. A esto tenemos que sumarle que se espera que las minorías pasen a constituir la mayoría de hecho para el 2044 (Ziblatt, 2018).
Como si no alcanzara, la caída en el nivel de vida y la perdida de empleos en el sector industrial encrespó aún más los ánimos. Esto se reflejó en 2016 en el “cinturón industrial”, en el que Trump se hizo con Pennsylvania, Ohio, Indiana, Michigan y Wisconsin, arrebatándole a los demócratas un terreno en el que estaban acostumbrados a ganar.
Así las ideologías de los derechos civiles y del “status quo racial” se combinaban con la caída en la calidad de vida y la sensación en parte de la población blanca empobrecida de que estaban siendo marginados, mientras observaban el creciente impulso de los movimientos progresistas y por los derechos de las minorías. Con esto podemos comprender porque eslóganes del estilo “Make America Great Again” calan tan profundo en un sector social, que busca un marco de referencia que los acerque, aunque sea en su imaginación, a un pasado que consideran glorioso.
(Foto: Stephen Pingry/Tulsa World via AP)
La fuerza centrífuga, que radicalizaba a los representantes políticos de cada vertiente, se aceleraba mientras Trump encontraba en ella el contexto perfecto para cruzar el umbral de entrada a la Casa Blanca.
Pero el próximo 3 de noviembre habrá nuevas elecciones. Si bien existe esperanza en un cambio, la raíz estructural de la crisis política en EEUU matiza estas expectativas.
¡No es solo la economía, estúpido!
Es posible que uno de los mayores ejemplos de esto sea la percepción sobre la economía que, según varios estudios, depende más del alineamiento partidario que del estado real de la misma.
Miles de fans esperaban a Donald Trump en el Amway Center de Orlando, Florida (AFP)
De acuerdo a los resultados de su investigación, la consultora Gallup detecto una brecha del 51% entre demócratas y republicanos a los que se les preguntaba por su percepción sobre la actual situación económica. El margen aumenta a un 66% cuando les consulta sobre la expectativa sobre el futuro de la misma (Newport, 2020).
Otro estudio de la misma consultora trata de analizar la percepción de amenaza de cada partidario frente a su rival. En el año 2000 35% de los encuestados percibía a los republicanos como extremistas, pasando al 47% para el 2020. A los demócratas no les fue mejor, escalaron del 26% al 42%.
Los partidos políticos estadounidenses fueron convirtiéndose en nichos aislados uno del otro, sin comunicación, sin consensos y con una creciente impresión de amenaza mutua. No extraña como así el discurso de los candidatos se dirija a sus bases, empujándolas a participar en una elección que deja de lado a los indecisos.
Bibliografía
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Cabral, S. (13 de septiembre de 2020). www.bbc.com. Obtenido de https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-54142056
Martin, J. (15 de septiembre de 2020). www.nytimes.com. Obtenido de https://www.nytimes.com/es/2020/09/15/espanol/estados-unidos/joe-biden-florida.html?action=click&pgtype=Article&state=default&module=STYLN_pharmacy_components®ion=TOP_BANNER&context=storyline_menu_recirc
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Ziblatt y Levitsky. (2018). Cómo mueren las democracias. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Ariel.