Por Lucas Mercado Gutiérrez (Politólogos Al Whisky) – 14/10/2020
En los diferentes artículos que intentan explicar lo que acontece hoy en el mundo, se suele mencionar que la pandemia del COVID-19 no hizo más que desnudar o acelerar fenómenos preexistentes, que simplemente ocurrían más lento. América Latina no solo quedará más desigual, más pobre y más polarizada políticamente, sino también que ocupará menos espacios claves en organismos multilaterales, en un momento donde se destaca la necesidad de una respuesta coordinada.
Tal vez el caso más resonante sea el del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el mayor banco regional del mundo y cuyo rol será esencial en ayudar a reconstruir económicamente a la región. Si bien el FMI moderó sus previsiones para el 2020, América Latina continúa siendo la región más afectada, con una caída del 8,1%. Rompiendo con una tradición que data de su creación, el mes pasado un estadounidense fue escogido como presidente del organismo por los próximos 5 años. Un puesto que tradicionalmente estuvo reservado y fue ejercido por un latinoamericano. A pesar de los intentos de un grupo de países, no hubo acuerdo en la región para escoger a un candidato propio. Washington dividió y triunfó.
Por otra parte, la Organización Mundial de Comercio (OMC) quedó sin director desde el 1 de septiembre pasado, cuando el brasileño Roberto Azevêdo dejó su cargo con un año de anticipación. La elección de un nuevo director/a no es una cuestión que quede en Ginebra, sino que, como señala la académica Julieta Zelicovich, la bipolaridad creciente y tensa entre China y Estados Unidos condiciona la dinámica de este organismo. La OMC importa para América Latina si se piensa en esta como pieza central de las relaciones económicas internacionales y que por lo tanto puede ayudar a destrabar, o no, las crecientes políticas comerciales más restrictivas que afectarán las exportaciones latinoamericanas. La elección del agente será clave.
Asimismo, América Latina tampoco ejercerá voz de liderazgo y propuestas en órganos y organismos como el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, siendo que para el período 2020-2021 representan a la región dos pequeños países caribeños. En 2021 el mexicano Ángel Gurría dejará su puesto como director de la OCDE, habiéndose incorporado durante su mandato Chile y Colombia como miembros. Junto con México, son los únicos tres países latinoamericanos que la integran. Y finalmente es posible mencionar al G20, cuyo rol frente a la pandemia ha pasado más desapercibido y que, si bien cuenta con las tres economías más grandes de América Latina, ello no ha garantizado una propuesta latinoamericana en el foro.
Más allá de las estructuras de estas instituciones, las personas que las integran y las lideran sí importan. Si bien no están en esos puestos para representar a sus países de origen, indudablemente representan un conjunto de valores y principios. La ausencia de latinoamericanos en lugares donde antes solía haberlo también evidencia la falta de coordinación regional, tal vez también por la falta de espacios de concertación que se han ido diluyendo por crecientes diferencias entre sus gobernantes. El caso más emblemático y cercano es el enfriamiento de las relaciones entre la Argentina y Brasil, con crecientes tensiones en el último tiempo. Países cuyo acercamiento ha contribuido a la estabilidad de la región, hoy difieren enormemente en su política sanitaria, económica y comercial por sus diferencias ideológicas. Mientras que el acercamiento entre Argentina y México no ha funcionado frente a la elección del BID.
Hoy América Latina pierde peso en lugares de decisión donde es necesario que se convierta en un actor clave para ayudar a moldear un mundo post-pandemia que pueda atenuar las pérdidas que ya se prevé perdurarán en el largo plazo.