El pasado 9 de octubre, en el marco de la semana mundial del espacio de la ONU, el Canciller argentino Felipe Solá, y el Secretario de Relaciones Exteriores de México, Marcelo Ebrard Casaubón, rubricaron la Declaración sobre la Constitución de un Mecanismo Regional de Cooperación en el Ámbito Espacial.
Esta declaración se produce como resultado de los acuerdos alcanzados en el Encuentro Latinoamericano y Caribeño sobre el Espacio, llevado a cabo el 2 de julio de 2020, y que forma parte de los primeros puntos del Plan de Trabajo 2020 de México, en su estatus de presidente pro témpore de la CELAC. La firma de dicho documento representa los primeros pasos para la creación de un mecanismo regional de cooperación en el ámbito espacial; específicamente, la creación de una Agencia Latinoamericana y Caribeña del Espacio (ALCE).
La idea de crear una Agencia Espacial Latinoamericana y del Caribe no es nueva, sino que forma parte de una discusión que se viene gestando hace años. La primera aparición de esta idea podemos rastrearla, oficialmente, en la Cumbre Espacial de las Américas realizada en 2006 en Quito. Esta intención también fue manifestada luego en otros foros, como en El Congreso de Astronáutica (Guadalajara, México, 2016) y el Tercer Foro Internacional del Espacio (Buenos Aires, Argentina, 2018).
El sector espacial es estratégico y a la vez “tecnologizante”; produce efectos multiplicadores en una serie de instancias productivas y científicas de gran relevancia para ambos países. El desarrollo de actividades en este ámbito tiene un impacto en la cadena industrial, como en el sector de las telecomunicaciones y la observación de la tierra para fines productivos y meteorológicos.
Si bien siempre existió cooperación entre las distintas agencias y comisiones espaciales latinoamericanas, la producción tecnológica conjunta en sectores marcadamente estratégicos no fue algo muy común en la región. Un proceso de integración de esta magnitud permitiría un intercambio de información y conocimiento, generando complementariedades tecnológicas y profesionales entre los distintos países. Estos desarrollos, llevados a cabo de manera unilateral, presentan dificultades de costos y plazos; en cambio, su proyección conjunta permitiría acrecentar la viabilidad en gran medida. Se podría avanzar así -en un futuro- en la construcción regional de satélites de observación, o incluso de telecomunicaciones, además de un vehículo lanzador compartido que permita reducir los costos y aumente las capacidades regionales de colocación en órbita. Como señalan investigaciones recientes, el desarrollo espacial se convertiría así en un mecanismo de integración regional, generando un “spill-over” o derrame por parte de la “diplomacia científica” hacia otras áreas y profundizando de este modo el proceso de integración en su conjunto.
La suscripción del documento en el que los firmantes se comprometieron a “celebrar consultas regulares para determinar la sede del mecanismo, su estructura administrativa, las normas para regular su operación, la metodología de trabajo, los esquemas de financiamiento y las distintas formas de cooperación” representa un grato avance en este sentido, es importante destacar que la integración regional se encuentra actualmente muy desarticulada y es necesario que más países se adhieran a este proyecto. El mecanismo no tiene que quedar simplemente en letra muerta, y si bien -como mencionamos arriba- es un sector estratégico, los diferentes actores de la clase dirigente deben comprometerse realmente para su consecución.
Por Pablo Pugliese y Bautista Griffini