En una reciente Cumbre Minera celebrada por el Financial Times , Ivan Glasenberg, CEO de Glencore, anunció que la mina El Cerrejón en Colombia, la instalación de producción de carbón a cielo abierto más grande del mundo, cerrará en 2031. Lo mismo sucederá posiblemente con otras minas de carbón en Latinoamérica. Se perderán miles de puestos de trabajo, sin mencionar los ingresos fiscales y las regalías, así como miles de millones de dólares en exportaciones de carbón y mineral de hierro, en países como Brasil y Colombia.
No debería sorprendernos que las grandes empresas mineras multinacionales estén anunciando reducciones significativas – hasta un 30% en el caso de Glencore – en las emisiones de carbono. Esto es más que bienvenido por la humanidad. Una tras otra, las empresas mineras buscan salir del carbón para invertir en minerales como el cobre, el cobalto y el níquel, necesarios para la transición energética, incluidos los vehículos eléctricos.
Lo sorprendente es lo mal que se está preparada América Latina para enfrentar esa realidad. Tras la era de expansión de los combustibles fósiles, especialmente el petróleo y el carbón, ¿cuál será la nueva apuesta económica de la región? ¿Cuáles son los nuevos motores que apoyarán el desarrollo en América Latina?
Una semana después de las declaraciones de Glasenberg, Yoshihide Suga, el nuevo primer ministro de Japón, fijó para 2050 como la fecha segura para que su país logre llevar a cero sus emisiones de carbono. Para llegar allí -sin utilizar energía nuclear, de la que los japoneses no quieren saber nada tras el desastre de Fukushima- su gobierno anunció la formación de un consejo para consolidar a Japón como líder mundial en la energía del amoniaco, una sustancia química compuesta por un átomo de nitrógeno y tres átomos de hidrógeno. La realidad es que es un combustible limpio y, además, con más energía que el hidrógeno, y algo más de un tercio de la energía de la gasolina, por unidad de volumen.
Lo interesante es que América Latina podría ser líder mundial en su producción.
Japón será responsable del desarrollo de la tecnología y las cadenas de suministro. De hecho, NYK, la compañía naviera japonesa, está desarrollando embarcaciones que no solo transportan amoníaco, sino que lo utilizan como combustible.
Estos dos anuncios, uno en Londres y otro en Tokio, aparentemente desconectados entre sí, pueden ser claves para el desarrollo futuro de América Latina y, especialmente, para su muy esquiva industrialización. Pero la región no está sola en esta carrera: Australia quiere tomar el liderazgo de la “economía del amoníaco”.
El insumo fundamental para un desarrollo de esta naturaleza es la producción de hidrógeno, que tradicionalmente se obtiene con tecnologías que utilizan combustibles fósiles, el llamado “hidrógeno gris”, y que, por tanto, no solucionan el cambio climático. Algunos países, especialmente aquellos que son ricos en petróleo y gas, están desarrollando hidrógeno azul, que captura CO 2 . El problema con el hidrógeno azul es que las tecnologías disponibles son muy caras y requieren despliegues masivos de capital. Sin embargo, esta es una opción que países como Venezuela, obviamente en un escenario post Maduro, podrían considerar con la participación de inversionistas internacionales.
Pero donde América Latina definitivamente tiene ventaja es en la producción de “hidrógeno verde”, que se produce con tecnologías que utilizan el sol, el viento y el agua, precisamente los recursos que la región tiene en abundancia.
Esto puede parecer ciencia ficción, pero no lo es. Chile ya está pensando en utilizar la energía solar del desierto de Atacama para producir hidrógeno, convertirlo en amoniaco y enviarlo a Japón desde Antofagasta. Colombia podría hacer lo mismo, desde Puerto Brisa y Puerto Bolívar, los dos puertos de La Guajira, que en un principio impone el sobrecoste de cruzar el Canal de Panamá. Sin embargo, la energía eólica y solar se complementan muy bien en la Península de la Guajira, que puede producir electricidad, principal fuente de hidrógeno, a un costo menor que Chile.
El Banco Interamericano de Desarrollo y la CAF deberían pensar seriamente en apoyar a los países con un estudio integral sobre el tema. Esta es una opción interesante que debe explorarse seriamente. El Ministerio de Energía de Chile ya convocó una comisión para explorar el tema, incluidos académicos y empresariales. Otros países deberían hacer lo mismo.
América Latina no saldrá de la crisis pandémica con los faldones de un boom de nuevas materias primas liderado por China. Lo que se necesita es innovación en nuevos sectores que transformen las energías renovables, la mayor ventaja de la región, en productos manufactureros y exportaciones.
No olvidemos que las industrias de combustibles fósiles surgieron en la región hace décadas como producto de iniciativas público-privadas. Las nuevas apuestas de desarrollo exigirán, una vez más, un papel activo de los gobiernos.