China ha aprendido la lección en América Latina y está reduciendo su participación financiera. Sin embargo, su influencia sigue creciendo. Ahora, el país también pone sus ojos en México. Y Occidente sigue impávido.
Minas de metales preciosos, líneas ferroviarias y centrales hidroeléctricas: el abanico de proyectos con financiación china en América Latina es amplio. A principios de la década de 2000, la potencia asiática incursionó en la región, viéndola como mercado de ventas, fuente de materias primas y destino de inversiones. Pero después de un verdadero boom chino, especialmente en Sudamérica, el interés chino en la región parece estar disminuyendo.
Según la Universidad de Boston y la ONG estadounidense Diálogo Interamericano, Pekín y sus bancos prestaron unos 1.700 millones de dólares al año a América Latina entre 2005 y 2015. Desde 2016, esa cifra se ha reducido a la mitad año tras año, hasta los 275 millones de dólares en 2019, y China no hizo un solo préstamo a ningún país latinoamericano en 2020.
Durante el mismo periodo, el comercio de bienes también se debilitó: entre 2000 y 2013, el comercio conjunto creció una media del 30% anual, tras lo cual disminuyó en algunos momentos, y solo volvió a los niveles de 2014 en 2019.
Dependencia mutua
Sin embargo, Margaret Myers, coautora del estudio, no considera que haya una verdadera desaceleración: “Muchos países latinoamericanos han tenido dificultades económicas”, afirma la responsable del programa sobre China y América Latina de Diálogo Interamericano.
Las relaciones son ya demasiado estrechas para que se produzcan grandes cambios de rumbo, dice Myers: “Si, por ejemplo, el suministro de soja de Argentina y Brasil se entorpece, los gobiernos de ambas partes tienen un gran problema. “Brasil ya suministra cerca del 100% de su cosecha de soja a China”. La relación comercial es saludable, “pero es poco probable que veamos tasas de crecimiento como las de hace una década”, agrega Myers.
Sin embargo, parece que China está replanteando la inversión directa. Durante años, Pekín ha concedido enormes préstamos, especialmente a los gobiernos de izquierda. Entre ellos, a los de Ecuador, Argentina, Brasil y, sobre todo, Venezuela.
Casi la mitad del dinero que China prestó a la región entre 2005 y 2019 fue a parar al régimen de Caracas para ampliar la producción de petróleo con el fin de que pudiera pagar sus deudas. “Lo cierto es que la producción de crudo se ha desplomado desde entonces hasta un 20 o 25 por ciento”, apunta Harold Trinkunas, experto en América Latina de la Universidad de Stanford.
Venezuela y Brasil
Críticos acusan a Estados Unidos y Europa de quedarse de brazos cruzados mientras China extiende sus tentáculos en América Latina. Pero los casos de Argentina y Venezuela tienden un velo sobre las garantías que ofrecen los demás países.
Los compradores de bonos del Estado argentino lo saben, al igual que la petrolera española Repsol, cuyas acciones en la filial argentina YPF fueron expropiadas por el Gobierno de Buenos Aires en 2012. La aventura de construir una planta siderúrgica en Brasil le costó al tradicional grupo alemán ThyssenKrupp unos diez mil millones de euros. Por citar solo algunos ejemplos.
Mientras tanto, Pekín también ha tenido experiencias de este tipo. Como consecuencia, dice Myers, China se ha replanteado su compromiso financiero. Ya casi no concede préstamos de gobierno a gobierno. La inversión directa de las empresas chinas, por ejemplo, en proyectos de infraestructura en los sectores de la energía o el transporte, es ahora más importante. “A pesar de su creciente experiencia con América Latina, a China le siguen sorprendiendo los problemas”, afirma Myers.
Foto: Wang Yi, Ministro de Exteriores de China en reunión bilateral con México el 23 de julio de 2020.
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