Hace unos días volvió a tomar vuelo la idea de construir un polo logístico antártico en Ushuaia, lo que serviría para mejorar la eficiencia en el abastecimiento de las bases antárticas argentinas y también proveería de una mejor plataforma para el desarrollo de las actividades en el continente blanco. De manera complementaria, el polo logístico se aprovecharía para cooperar de manera más activa con otros países aliados que también tienen presencia en la Antártida, como es el caso de Brasil.
En términos estratégicos, esta obra serviría como medio para promover y defender los intereses argentinos y de nuestros aliados en la Antártida, continente abundante en recursos naturales y donde podemos esperar una mayor conflictividad futura a medida que los países busquen ejercer soberanía efectiva en el territorio, algo que hoy está en pausa en el marco del Tratado Antártico.
Si bien el proyecto del polo logístico puede ser algo loable, es pertinente alertar sobre varios factores que atentan contra su finalidad estratégica y, en términos más generales, afectan negativamente la proyección del poder argentino en la Antártida.
Primero y principal, nos encontramos ante una indefinición de los intereses estratégicos del Estado argentino. Los esfuerzos estatales, en general, reflejan un pensamiento de corto plazo y orientado hacia adentro. Esto se ve reflejado año tras año cuando se analiza la ejecución del presupuesto nacional, donde cada vez se destinan mayores recursos a cuestiones consideradas de “emergencia” y en cambio se desfinancian los proyectos con verdadero valor estratégico.
Además, el llamado péndulo político no es algo inocuo, sino que afecta a prácticamente todos los proyectos nacionales. La lista de prioridades cambia frenéticamente y son pocos los proyectos que avanzan a paso firme. Bajo este paraguas, surgen serias dudas sobre el verdadero caudal de recursos que pueda conseguir un proyecto como el polo logístico antártico.
Segundo, la proyección y defensa efectiva de los intereses antárticos argentinos dependen críticamente del desarrollo económico del país. Es solo a través de desarrollar una economía pujante que tendremos los recursos necesarios para recuperar nuestras fuerzas armadas, extender nuestra influencia económica y reducir nuestra dependencia y vulnerabilidad estratégica. Sin embargo, la realidad actual y las proyecciones nos muestran como una economía que pierde peso relativo frente a nuestros competidores. Por ejemplo, en la década de 1970 la economía argentina era 4 veces la economía chilena, hoy es solo una vez y media. Además, el pensamiento indeterminado y cortoplacista que mencionamos antes no hace sino profundizar esta tendencia.
Tercero, la estructura demográfica argentina y de incentivos económicos no favorece la consolidación de los intereses en la Antártida. Argentina posee los recursos humanos y productivos concentrados en algunos pocos centros urbanos de la franja central del país y, en cambio, hay escasa población y medios en la región patagónica. El problema no es solo la situación actual, sino que además los incentivos económicos profundizan este desarrollo asimétrico entre las regiones. La mayor parte de programas, inversiones, asistencia y subsidios del Estado nacional están concentrados en los grandes centros urbanos. Una de las pocas excepciones es el Régimen de Promoción de Tierra del Fuego, que ha propiciado una mayor concentración de población en la Isla Grande de Tierra del Fuego, pero que ha mostrado un agotamiento en la última década.
Cuarto, los líderes argentinos son indiferentes y no tienen formación sobre los intereses antárticos (y marítimos) argentinos. Esto se encuentra íntimamente vinculado al tercer punto. Los decisores políticos miran hacia la región central del país, donde están las mayores industrias, se originan los lobbys más fuertes y hay un mayor caudal de votos. La escasa visión hacia el exterior encima se encuentra concentrada al norte, con nuestros principales socios comerciales: Brasil, Estados Unidos y la Unión Europea.
Quinto, además del peso específico necesario, Argentina carece de un sistema de alianzas que nos permita apalancar nuestros intereses. Para peor, en las últimas décadas nos hemos posicionado como un país errático en su accionar, que ha entrado en conflictos innecesarios con Brasil, nuestro principal aliado estratégico, y con Estados Unidos, primera potencia global.
Estos factores generan una influencia persistente que erosiona nuestra voluntad y capacidad para sostener nuestros intereses en la Antártida. En cambio, otros países avanzan a un paso más firme. En su último plan quinquenal 2021-2025, China estableció como prioridad el desarrollo de la Ruta Polar de la Seda, como un componente de su iniciativa global One Belt One Road. Por su parte en 2020 Chile promulgó su nuevo estatuto antártico, mismo año en que el Presidente Piñera inspeccionó la construcción del nuevo rompehielos chileno. Vale recordar que en 2019 Piñera llamó a la Antártida “el continente del futuro”.
La carrera por la Antártida ya está en marcha. La pregunta es si Argentina esperará hasta último momento, cuando ya sea tarde, o si, por el contrario, empezaremos a construir las bases nacionales para defender nuestros intereses antárticos desde ahora.
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