Por María Emilia Hassan, miembro de la Red Federal de Historia de las Relaciones Internacionales
La invasión a Bahía de Cochinos, fue resultado de la escalada del conflicto entre Estados Unidos y el triunfante líder de la revolución en Cuba. La ruptura definitiva de las relaciones diplomáticas y el bloqueo económico a la isla precedieron a la incursión planificada desde el ejecutivo estadounidense.
Al principio de la revolución, los primeros escarceos entre Washington y La Habana, fueron de acercamiento como el reconocimiento de Castro como gobierno de Cuba, incluso la pretensión del mismo de obtener capitales norteamericanos para impulsar la economía del país.
No obstante, a partir de las reformas económicas, fue sumando adversarios en la Casa Blanca. Entre ellas podemos mencionar la reforma agraria que perjudicaba los intereses de los grandes terratenientes y las compañías azucareras que en su mayoría eran de propiedad norteamericana.
En efecto, el acercamiento entre Cuba y la Unión Soviética fue más bien estratégico que ideológico: la isla recibió el apoyo económico que necesitaba. El conflicto se agravó cuando EEUU se negó a refinar petróleo soviético. Como represalia Castro expulsó a la compañía Texaco y embargó a la Standard Oil y a la Shell.
Las fricciones no cuajaron allí, Estados Unidos puso fin a las importaciones de azúcar cubana mientras Fidel avanzaba con los embargos de todas las empresas comerciales e industriales norteamericanas. De esta manera, la política continuaba por otros medios: en un documento desclasificado, titulado Plan de Acción contra Cuba, elaborado por la Agencia de Inteligencia, se instaba a los Estados Unidos tomar medidas urgentes debido al peligro existente de que Cuba se integre permanentemente al bloque comunista y en consecuencia, la exportación de la revolución a los países vecinos. En este sentido, al calor de la guerra fría, la medida más atinada parecía ser la invasión a la isla, no hacer nada implicaba una victoria para el bloque soviético y un golpe demoledor a la influencia de Estados Unidos. Asimismo, quienes precipitarían un levantamiento general a lo largo del país y derrocarían a Castro serían los cubanos exiliados. Si bien, la operación fue orquestada dos años antes por la administración republicana, finalmente fue concretada por Kennedy a solo pocos meses de haber sido investido como presidente.
Discursivamente, el gobierno norteamericano afirmaba que la cuestión cubana debía ser resuelta por los mismos cubanos. En la práctica, se entrenaba y se equipaba a las fuerzas anticastristas.
El 14 de abril, la Fuerza Expedicionaria Cubana partía de Nicaragua hacia Cuba. Se tenía previsto para la madrugada del 15, el desembarco, sin embargo, al notar que el litoral de la isla estaba defendido, las tropas anticastristas desistieron. La operación debía continuar. Esa misma mañana, con el propósito de destruir la capacidad aérea del país, 8 aviones pintados con insignias cubanas bombardearon los aeródromos de San Antonio de los Baños, Ciudad Libertad y el aeropuerto de Santiago de Cuba. Con las insignias de las fuerzas armadas cubanas no solo se creaba la percepción de que el ejército se levantaba contra Castro sino que también se incitaba a los demás a abandonar el bando revolucionario. Ese mismo día, la delegación cubana denunciaba ante las Naciones Unidas la agresión por parte de Washington. El embajador de Estados Unidos negaba rotundamente la acusación.
Finalmente el 17 de abril, se produce el desembarco en Playa Girón y Playa Larga con un importante contingente. La misión fue frustrada por la intervención del Ejército Rebelde y las Milicias Nacionales.
El 24 de abril, la Casa Blanca emitió un comunicado de prensa en el que se dejaba entrever la participación de Estados Unidos en la fallida invasión a Cuba.
Los invasores fueron tomados prisioneros, juzgados y condenados por el gobierno cubano. Sin embargo, años posteriores, los combatientes serán canjeados al gobierno estadounidense a cambio de 53 millones de dólares en forma de medicinas, alimentos y tractores.
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