Por Melisa Benitez, miembro del Grupo IRI
No es fácil gobernar un país, aún menos en un mundo en donde las dinámicas interestatales se baten a un ritmo cambiante e inestable. Ni decir cuando a esta ecuación – que no descansa solamente en relaciones entre los países– se le suma una pandemia.
Los sucesos acaecidos en 2020 demuestran que irrefutablemente variables externas tienen un impacto arrollador en el interior de las naciones. El coronavirus implicaba un precipitado cambio de timón en las agendas políticas para poder contener la pandemia incluso a costa de comprometer la economía. Japón no ha sido la excepción.
Los Juegos Olímpicos Tokyo 2020 requirieron de cuantiosas inversiones en todo Japón, desde infraestructura y transporte hasta mercancía oficial del evento. Por ende, el hecho de posponer los juegos por la pandemia, incluso actualmente, significan un enorme golpe financiero que sumado al descenso de actividades claves como el turismo además del costo de sobrellevar la emergencia sanitaria, agudizaron la recesión de la economía nipona. Considerando que al presente no hay datos certeros del sobrecosto final que conllevará la postergación del evento, los daños podrían exceder las actuales previsiones.
Ante este panorama, uno de los propósitos de los juegos iba en sintonía con la intención de revitalizar la economía. Es decir, se proyectaba que tanto el aumento de los precios como la llegada de turistas contribuirían con el plan económico “Abenomics”. Sin embargo, pese a los esfuerzos del ex primer ministro Abe Shinzo por llevar a cabo los Juegos Olímpicos a término, tanto por el dinero invertido como por lo escandaloso que sería la posibilidad de cancelar un evento de tales proporciones, la idea de esperar por circunstancias amenas el año siguiente era una alternativa más deseable.
La realidad es que después de casi un año, la situación no fue tan alentadora como se esperaba. Abe Shinzo daría un paso al costado a mediados del 2020, entrando al quid del escenario político la discreta mano derecha del ex primer ministro, Yoshihide Suga. Si bien Shinzo había contado en sus ocho años de gestión tanto con luces y sombras; y aún pese a las críticas y presiones que debió enfrentar en sus últimos meses de gobierno por la situación del COVID, indudablemente marcó el camino para las reformas que necesita Japón. El artífice de las “tres flechas” seguiría siendo honrado por su sucesor que había declarado que mantendría la senda de “Abenomics”. La pregunta es, ¿realmente es suficiente o hay que darles un nuevo impulso a estas reformas?
Ciertamente Yoshihide Suga se encuentra en apuros. La “luna de miel” política no duraría lo suficiente en un contexto como el que transitamos. La economía, por ejemplo, había sido una de las promesas clave a reactivar tanto por la anterior como la actual gestión. En el mundo post-covid se deberá reformular el plan económico existente para poder resolver los problemas acuciantes que no sólo repercuten en la economía en sí, sino también en la misma salud pública.
Por otro lado, la coyuntura habla por sí sola: hay una vinculación estrecha entre economía y salud. Se ha puesto de manifiesto la importancia vital de la salud pública y será menester de los políticos velar por la seguridad e integridad de sus ciudadanos en todas sus vertientes. No obstante, muchas veces las expectativas y necesidades de la sociedad no se condicen con las medidas que toma un gobierno. Y precisamente, Suga está inmenso en esa encrucijada. Respecto a algunas de sus medidas recientes, como la campaña “Go to Travel” para beneficiar al turismo local, ciertos sectores de la sociedad criticaron dichas políticas ya que podrían haber sido uno de los factores principales del aumento de los casos. Incluso hasta no hace más que un par de semanas, Tokio y otras prefecturas se encontraban en estado de emergencia.
Por ende, Suga deberá encontrar una solución equilibrada para manejar la crisis sanitaria, llevar adelante los Juegos Olímpicos –con todo lo que implica hacerlo sin público extranjero- y orientar la economía a una sólida recuperación. Una tarea para nada sencilla en vista de que en septiembre termina su mandato y los tiempos corren. Es preciso reconocer que la decisión de excluir al público extranjero fue sensata y es una medida que, aunque decepcionante, concuerda con las demandas de la mayor parte de la sociedad (Infobae, 2021). En cuanto a la economía, al menos por este año, irá ligada a cómo se desarrolle el manejo del COVID. Es por ello que ambos baluartes serán decisivos para una reelección de Suga como presidente del PLD. Veremos entonces si la impronta de Suga podrá hacerle frente a los reveses de la pandemia.
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