La era de la globalización aboga que una normativa universal única puede ser un instrumento para crear progreso para todos los países. Desde la caída de la Unión Soviética, las relaciones internacionales buscaron fomentar los intereses de la potencia ganadora de la Guerra Fría, los Estados Unidos, a través de un mayor intercambio de bienes y servicios a nivel global. 

Desde la década del 90’ hasta la llegada al poder de Donald Trump, la evolución del sistema de estados tuvo como piedra basal la idea de que la erosión de la soberanía era un prerrequisito para dotar al ser humano de una idea de progreso material sostenido. Hubo algo de utópico en la idea del “fin de la historia,” promovida desde las usinas de pensamiento de alcance global. Pero más allá de eso, la idea de una ley universal homogeneizada y puesta en práctica por instituciones supranacionales servía, en definitiva, para promover los intereses de la potencia hegemónica en un mundo decididamente unipolar.

El concepto de normativa universal homogeneizada se empieza a desdibujar debido a que a la potencia hegemónica ya no le reditúa tanto proyectarse a través de la globalización, la cual termina siendo mucho más útil a las unidades dominantes, aglutinadas en torno al capital transnacional, que operan con una lógica propia y que sirven a sus propios intereses. Este fenómeno debilita tanto a los países periféricos como a los centrales, ya que ninguno de estos terminan protegiendo a su población en la manera en que otrora lo hacía un estado-nación.

Este fenómeno tiene un resultado que está a la vista de todos: el marco teórico y práctico de las relaciones internacionales sirve cada vez menos para poder entender lo que pasa y para crear perspectivas de progreso para las naciones. En un mundo cada vez más volátil, resulta mucho más útil ver lo que acontece desde una perspectiva geopolítica.

La geopolítica tiene mucho de parecido al cuento de Hans Andersen en el cual, a partir de un acto de inocencia pueril, la gente se da cuenta de que el emperador está desnudo. La geopolítica obliga a los países a verse tan cual son y a darse cuenta de aquello que pone obstáculos a su capacidad de acción. 

El énfasis en las relaciones internacionales tiene una perspectiva economicista que, a la larga, termina ahondando la debilidad relativa del estado-nación. La geopolítica enfatiza la necesidad de acumular y conservar poder, ya que esta es la única forma de asegurar la estabilidad interna de una nación y su supervivencia a largo plazo. Poner el énfasis en el estudio de las relaciones internacionales siempre termina llevándonos a imaginar a un mundo que solo existe en nuestra imaginación. Pensar lo que ocurre desde la geopolítica nos hace, inevitablemente, ver al mundo tal cual es.

Los países que no detentan poder suelen examinar lo que ocurre en el mundo a través de categorías interpretativas emanadas de los grandes centros de poder. Desde la óptica de las relaciones internacionales, esas categorías interpretativas suelen responder a la (cada vez más falsa) dicotomía entre realismo y liberalismo, las cuales resultan ser dos caras de una misma moneda. En efecto, las nociones de conflicto y cooperación están de última destinadas a servir intereses que no son los de los países que no detentan poder.

Hay mucho de profético, y por lo tanto de liberador, en la perspectiva geopolítica. El momento de revelación suprema que propone la óptica política tiene lugar cuando un país determinado empieza a percibir su debilidad relativa frente a las unidades dominantes. La geopolítica propone, tanto en su formulación clásica como crítica, la configuración de un esquema conceptual que sirva para crear espacios de autonomía y para tomar decisiones estratégicas de muy largo plazo.

En las próximas décadas veremos una atomización cada vez más pronunciada del orden global. Esto significa que el foco de atención virará cada vez más hacia la geopolítica. En este contexto, será cada vez más relevante para nuestro país pensar en las causas que explican el proceso de erosión interna en el cual se encuentra e identificar los factores que determinan porque tiene tan poco señorío sobre sí misma en cuestiones externas. Le tocará entonces a una emergente clase técnica convencer a la próxima generación de políticos de que ninguna situación geopolítica adversa es irreversible. 

No hay turbulencias eternas. Y tampoco hay constreñimientos de índole externa que duren por siempre. A pesar de su problemática coyuntura, la Argentina tiene la capacidad conceptual para revertir su falta de autonomía y para conformar una visión estratégica de larguísimo plazo en temas que sirvan para fomentar el interés nacional.

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Nicolas Lewkowicz
Nicolas Lewkowicz realizó estudios de grado y posgrado en Birkbeck, University of London y The University of Nottingham, donde obtuvo su doctorado en Historia en 2008. Ha escrito cuatro libros sobre temas relacionados con la Guerra Fría, además de haber enseñado historia europea e internacional en diversas universidades del Reino Unido y Estados Unidos. Su último libro, Auge y Ocaso de la Era Liberal-Una Pequeña Historia del Siglo XXI, fue publicado por Editorial Biblos (Buenos Aires) en 2020.

2 COMENTARIOS

  1. Si se va a regresar a la Geopolítica pretendiendo que ésta sea útil para el análisis de las RR.II., no debería evadir los aportes de la Geopolítica Crítica, la Geoeconomía, la Geografía Humana y Cultural, etc. (más allá de los puntos de vista ideológicos de donde provengan).

  2. Guy: de fin a principio (o de principio a fin, como quieras).

    Unconditional surrender: Aceptar las categorías interpretativas impuestas para manejar el declive.

    Officers and gentlemen: Entender que lo que se impone en las usinas de pensamiento internacionalista no ayuda a crear las bases para revertir el declive.

    Men at arms: Crear nuevas formas de entender la posición estratégica del país y formular políticas de larguísimo plazo para detentar un poco mas de poder y gozar de mas autonomía en la esfera externa.

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