La sociedad española se ha convertido en los últimos años en una sociedad que devora a líderes y partidos políticos a una velocidad de vértigo.
Ciudadanos llegó a ser un partido tan votado que algunos analistas políticos visualizaron a su líder, Albert Rivera, como nuevo presidente del Gobierno de España. En poco tiempo, Rivera se marchó de la política y su partido entró en una fase de descomposición.
PODEMOS ha sufrido un recorrido similar. Empezó siendo la “esperanza de la izquierda”. Tras las recientes elecciones a la Comunidad de Madrid, su líder Pablo Iglesias ha abandonado la política y la formación tiene síntomas de que puede acabar como Ciudadanos. La diferencia entre ambas formaciones, más allá de otras cuestiones, es que Iglesias y PODEMOS tocaron poder en España, Ciudadanos se quedó en el intento.
La explicación a esta deriva de ambas formaciones, a mi modo de ver, está en la ausencia de un pensamiento político y un programa definidos, sin equívocos, que no ofrezcan dudas a los votantes.
El programa no definido de Ciudadanos le llevó a pactar con prácticamente casi todos los partidos políticos del arco parlamentario, y eso provocó que Santiago Abascal y VOX llamasen a Ciudadanos reiteradamente “la veleta naranja”. Abascal buscaba el descrédito de Rivera y a sus votantes. Lo consiguió.
El programa no definido de PODEMOS está en su caso muy asentado en la falta de un pensamiento político definido, por la presencia en PODEMOS de diversas familias de la izquierda y principalmente por la posición ideológica cambiante de varios de sus líderes: Iglesias, Errejón (cuando militaba en PODEMOS), etc. Uno no se puede definir como comunista el 1 de mayo, chavista el 10 de mayo, peronista el 20 de mayo y socialdemócrata radical el último día del mes. Tiene dos problemas: carece de rigor político y despista al final a los votantes.
En el ámbito de PODEMOS, lejos quedan los tiempos de Julio Anguita, quien siempre tuvo clara la importancia de un pensamiento político y un programa definidos, lo cual le llevó a rechazar el pacto con el PSOE de Felipe González, en reiteradas ocasiones y sin titubeos.
La postmodernidad que padecemos es relativista y transversal. Algo que en política parece que conlleva falta de un pensamiento político y un programa definidos. El electorado lo capta y los proyectos rápidamente se agotan.
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