Spoiler alert: no
Por María Emilia Hassan y Martina Piatti miembros del Observatorio Universitario de Terrorismo
Es de público conocimiento que el terrorismo yihadista es una de las grandes amenazas que enfrentan los gobiernos europeos. Sin embargo, existe otra amenaza que azota con mayor frecuencia: la extrema derecha.
A pesar de numerosas definiciones del terrorismo y de la extrema derecha, no existe una conceptualización consensuada. Para evitar que el lector se desanime, haremos una aproximación sobre sus propiedades y características, pero antes es necesario un pequeño paréntesis para destacar el uso incorrecto de los términos “derecha radical” y “extrema derecha” como sinónimos.
Por un lado, la primera se refiere a la competencia electoral y en consecuencia a las estrategias para obtener rédito político, sin adherir a valores democráticos como la igualdad, la libertad de prensa o los derechos de las minorías. Tal como señala el politólogo Franco Delle Donne: “(…) la derecha radical oculta su tendencia a erosionar la democracia desde dentro” (Diálogo Político, 2018). Por otro lado, Tore Bjorgo y Jacob Aasland Ravndal, en su artículo “Violencia de extrema derecha y terrorismo”, sostienen que la extrema derecha reniega del sistema democrático, legitimando incluso el uso de la violencia contra inmigrantes, minorías, o grupos de oposición. Es reaccionaria y su configuración depende del lugar y del tiempo en el que se desarrolle.
Estas dos fuerzas –derecha radical y extrema derecha- no permanecen separadas, sino que se potencian mutuamente. Ambas buscan proteger la identidad nacional y, basándose en el “nativismo”, pretenden hacer de la sociedad un cuerpo homogéneo donde los integrantes comparten características étnicas, religiosas y de pensamiento. Tal es así que los inmigrantes y los refugiados (“los otros”), son el blanco permanente de sus ataques.
Para ilustrar esto, tenemos el caso del movimiento PEGIDA (Patriotas Europeos Contra la Islamización de Occidente) en Alemania, que sostiene que el islam no sólo es incompatible con Occidente sino que además amenaza los valores democráticos, lo que justifica el uso de la violencia en su contra.
Habiendo analizado la extrema derecha, pasamos a caracterizar el terrorismo. Este tipo de violencia implica la actuación de individuos armados contra víctimas no combatientes, desarmadas y desprevenidas. Supone la existencia de una ideología en las que se apoyan estas acciones, y una logística que las planifica y las ejecuta. Asimismo, hace un uso simbólico y propagandístico del “terror”, dirigiéndose a amplias audiencias.
En Europa, el terrorismo de extrema derecha presenta una elevada frecuencia pero poca intensidad, mientras que el terrorismo yihadista registra una menor frecuencia pero una mayor intensidad. En países como Noruega, Suecia y Alemania, activistas de extrema derecha han asesinado a más gente que los yihadistas. Sin embargo, las políticas para prevenirlo parecen ignorar esto, focalizándose sólo en combatir el terrorismo islamista. Tal fue el caso de Noruega, donde el terrorista de extrema derecha Anders Breivik dejó un saldo de 77 víctimas fatales, convirtiéndose en el asesino en masa occidental más letal del último tiempo. Según el Instituto de Economía y Paz, en los últimos cinco años los atentados terroristas de extrema derecha han crecido un 320% en todo el mundo, mientras que en 2019 sólo 89 muertes se atribuyeron a este tipo de terrorismo. Esto sugiere la posibilidad de establecer un sistema de indicadores sobre la dirección y la intensidad de los factores que lo incrementan; el factor político, el factor económico, el factor social y el factor tecnológico.
El extremismo de derecha no se manifiesta de manera lineal, sino que sufre vicisitudes debido al factor económico. En la actualidad, el malestar europeo es producto de las crisis económicas que atraviesa el continente (mayormente en España, Italia y Grecia). La desigualdad y el desempleo son fuentes de descontento que explotan los reclutadores de grupos terroristas, quienes se basan en una narrativa que culpa a los extranjeros por ocupar los puestos de trabajo destinados a los nacionales. Por su parte, el factor político refiere a una pérdida de confianza en las instituciones, que conlleva un crecimiento exponencial de los movimientos antiglobalización, antiliberalistas, y anarquistas. La política no ayuda a mitigar estos problemas, y origina partidos ultraderechistas que polarizan aún más la sociedad, generando enfrentamientos violentos y alimentando todo tipo de discriminación. En un mundo tan globalizado como el de hoy, las migraciones y los procesos de urbanización son tan persistentes como imparables; generan una demarcada brecha social, así como problemas de integración, y conflictos étnicos y religiosos que estresan al sistema. De tal manera, el terrorismo de derecha logra aislar a estos individuos desilusionados educándolos en el odio, la intolerancia y la violencia, creando lo que se conoce como “lobo solitario” (lone wolf). Finalmente, el factor tecnológico es el autor de la interconectividad y facilita el acceso a la información y comunicación. Ciertamente es un arma de doble filo, ya que puede ser utilizada con fines criminales tales como financiar, reclutar, adoctrinar y planificar los ataques terroristas.
En este caldo de cultivo incrementa el terrorismo de extrema derecha en Europa, una amenaza para nada nueva que renace de sus cenizas. Sin embargo, parece ser que los partidos y las instituciones prefieren “psiquiatrizar” los actos terroristas en vez de enfrentarse a la dura tarea de analizar sus motivaciones políticas y responder consecuentemente. Tal como dice Miguel Urbán en su artículo “La amenaza ignorada del terrorismo ultraderechista”: “(…) siempre es más fácil juzgar a un ‘loco asesino’ que reconocer una sociedad y un sistema enfermos”.
Hassan, María Emilia – Investigadora – Área Europa
Piatti, Martina – Responsable e Investigadora – Área Europa
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