Por Alejo Inza miembro del Grupo Jóvenes Investigadores del IRI
La política exterior puede ser entendida como aquella política pública y herramienta de vinculación internacional orientada a la persecución de los intereses de cada Estado en el exterior. En general, los intereses de un Estado exceden las necesidades o posiciones particulares de los gobiernos de turno, dado que representan cuestiones de mayor trascendencia y envergadura, tales como la identidad, los valores y el rol de un estado dentro de la comunidad internacional.
En este sentido, una política exterior adquiere relevancia si sus acciones, objetivos y lineamientos generales se alinean para perseguir y obtener dichos intereses en el mundo.
En otros términos, la política exterior de un país es un medio para reflejar frente a otros actores internacionales las distintas posturas y proyecciones que un Estado mantiene. Por esta razón, cuando esta logra mantener presencia y coherencia a lo largo del tiempo y, a su vez, obtener resultados concretos, es posible que ese Estado comience a gozar de mayor prestigio, credibilidad y generar mayor influencia sobre otros países.
En el caso de Argentina, podríamos mencionar brevemente que sus intereses consisten en la defensa de los derechos humanos, la consecución de la paz mundial, la promoción del derecho internacional y la promulgación de un sistema multilateral con base en la cooperación internacional. Además, deberíamos considerar asuntos más concretos como la reivindicación de la soberanía nacional frente a la cuestión Malvinas o los intereses económicos del país en la región y el mundo.
Ahora bien, ¿Qué sucede con nuestra política exterior en relación a lo anteriormente planteado? ¿Podemos afirmar que se encuentra en una posición de relevancia?
Como consecuencia de las reiteradas crisis que enfrenta el país, la política exterior ha padecido una creciente marginalización y relegación en comparación a otros asuntos que han dominado la agenda de los recientes gobiernos.
El panorama socio-económico local impide perseguir con ambición, asertividad y mayor compromiso los intereses del país en el campo internacional, como también los asuntos exteriores que afectan a la Argentina. Esto se explica por el sentido de inminencia y urgencia que supone resolver situaciones tales como la pobreza infantil, la creciente desigualdad social, la persistente inflación, entre otros.
En comparación con este crítico panorama, el status de la política exterior no resulta prioritario para la dirigencia política, lo que genera una desatención de cuestiones relevantes que actualmente suceden en el mundo, especialmente, aquellas relacionadas con las oportunidades que ofrece el contexto internacional para el futuro de nuestro país. La pandemia agravó y visibilizó este escenario, lo que implicó que toda la atención y recursos del gobierno se ocuparan en la gestión de estas problemáticas.
Lo sorprendente, refiere al rol marginal que ocupó la política exterior desde el inicio de la misma. Durante estos meses, la agenda exterior de la Argentina se limitó a tensiones contraproducentes y se encontró sujeta a necesidades coyunturales. Además, no se lograron grandes resultados en materia de cooperación internacional con los países de la región, ni tampoco en fomentar el posicionamiento de Argentina frente al mundo ni tampoco ante un eventual escenario post-pandémico. En este sentido, la agenda de la política exterior no exhibió ningún cambio significativo
Una observación que surge al respecto es considerar las consecuencias que esta situación genera y podría generar. Dado el escenario anteriormente mencionado, la Argentina no logra proyectarse con firmeza en el mundo, ni mejorar su posición relativa frente a otros países de la región.
Las condiciones locales actuales dificultan el desarrollo de cualquier estrategia internacional de inserción, como también desalientan a comenzar a debatir en profundidad cuál será el rol de Argentina en el mundo durante los próximos años. Las prioridades, son otras.
Los tomadores de decisiones no atienden estas cuestiones ni tampoco las incorporan en sus respectivas gestiones, quedando exclusivamente presentadas en los discursos oficiales. Al momento, no abundaron los esfuerzos ni intenciones de los gobiernos para convocar a referentes de la academia, diplomáticos y distintos actores sociales para reflexionar sobre los lineamientos y objetivos que nuestra política exterior debe seguir.
En un contexto internacional de transformaciones y signado por la incertidumbre, iniciar estas discusiones es un primer paso necesario para trabajar con mayores definiciones y acuerdos en una política que persiga los intereses y objetivos que la Argentina mantiene. Además, resulta indispensable conferir mayor importancia a los asuntos internacionales, considerando cómo estos nos impactan internamente.
Sin incurrir en un escepticismo exagerado, el panorama parece exhibir pocos cambios en la dirección propuesta. Las principales figuras políticas e institucionales no promueven este tipo de asuntos, ni tampoco la opinión pública les brinda demasiada atención, exceptuando las polémicas que suelen generarse.
Mientras tanto, las organizaciones internacionales locales y actores de la sociedad civil continúan impulsando con empeño y dedicación estos debates, alentando su discusión en la esfera pública y acercando estos asuntos a la ciudadanía.
En este sentido, la dirigencia política, debería tomarse con mayor seriedad las consecuencias de marginalizar la política exterior. Esta no debe entenderse como disociada de los problemas internos, sino como una política complementaria para favorecer los intereses del país. Para revertir esta situación, debemos exigir y fomentar una reivindicación de la importancia de nuestra política exterior en el debate público.
En conclusión, para intentar avanzar sobre los intereses de nuestro país en el plano exterior y mejorar nuestra imagen y reputación internacional resulta indispensable consolidar una política exterior que surja del debate y análisis profundo del contexto internacional y como la Argentina puede proyectarse, posicionarse en él y, también contribuir a las principales problemáticas y desafíos que plantea el Siglo XXI.
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