Nuevos acontecimientos nos recuerdan a la crisis del año 2014 en el este de Ucrania y la anexión de Crimea. ¿Es posible un nuevo enfrentamiento armado?


Fuente: Andriy Dubchak/AP

Lazos centenarios

Rusia y Ucrania comparten lazos históricos que se remontan al nacimiento de ambos Estados, que corresponden a aquel proto estado llamado Kievan Rus. También supieron compartir territorio durante el Imperio Ruso mucho antes de que Ucrania se transformara en una república constitutiva de la Unión Soviética, de quien se independizó en 1991.

Si bien luego de la disolución de la URSS las relaciones supieron tener sus altibajos, por lo general eran buenas. En 2004 sucedió la Revolución Naranja en el territorio ucraniano, en el marco de las Revoluciones de Colores, un proceso que se dio en el espacio ex soviético que luego se extendió a otras latitudes caracterizado por movilizaciones contra los líderes políticos del momento.

Durante esta situación se vislumbró la división cultural dentro de Ucrania, hacia el oeste una sección que simpatiza con occidente mientras que en el este se encuentra la región tradicionalmente rusa. Para 2013, el presidente ucraniano Viktor Yanukovich decidió no adherir a la posibilidad de ingresar a la Unión Europea. A partir de este hecho se sucedieron una serie de manifestaciones que tomaron el nombre de Euromaidán, que se extendieron hasta el 2014. Estas protestas evidenciaron una vez más la división existente en la sociedad ucraniana. Las regiones del este de Ucrania comenzaron también a manifestarse pidiendo por la independencia de la región, en especial luego de que se dieran a conocer los resultados de las elecciones de mayo de 2014 en las que salió victorioso Petro Peroshenko, de orientación más occidentalista.

Rusia intervino en esta situación alegando la necesidad de proteger a la población ruso parlante. Consiguientemente Crimea proclamó su independencia como resultado de un referéndum y solicitó la incorporación a la Federación de Rusia en marzo de 2014. Luego le siguió la proclamación de la República Popular de Donetsk en abril del mismo año. Sin embargo, los enfrentamientos persistieron luego de estas fechas hasta lograr el alto al fuego conocido como Protocolo de Minsk en septiembre de 2014 firmado por Ucrania, Rusia, la República Popular de Donetsk y la República Popular de Lugansk bajo el auspicio de la OSCE. Este mecanismo no resultaría ser suficiente y fallaría en lograr sus objetivos por lo que en 2015 se celebró lo que pasó a conocerse como Minsk II. Esto se trataba de un acuerdo firmado por Ucrania, Rusia, Francia y Alemania para reforzar las medidas del Protocolo de Minsk de 2014. Sin embargo, los enfrentamientos eran frecuentes más allá de los acuerdos firmados.

Una de las consecuencias de esta sucesión de eventos fue la imposición de sanciones económicas desde occidente hacia Rusia, que fue un duro golpe a la economía eslava.

¿Qué sucede en la actualidad y por qué?

Como se mencionó anteriormente, los enfrentamientos continuaron más allá de los acuerdos firmados. Lo que varió entre los mismos fue su intensidad. Ucrania ha acusado a Rusia de enviar tropas, tanques y artillería a la zona de su frontera y de realizar ejercicios militares en el área. Según la CIA, se estima que se han movilizado hasta 175.000 soldados de la fuerza rusa y, por otra parte, el Ministerio de Defensa de Ucrania afirmó que varias unidades del 41° ejército ruso permanecieron cerca de la ciudad de Yelnya, a 260 km del norte de la frontera con Ucrania. Asimismo, Rusia acusa a Ucrania de desplegar alrededor de 125.000 soldados.

Si bien ambas partes han negado estas acusaciones ¿por qué ocurre esta escalada?

Rusia siempre ha considerado a Ucrania como parte de su esfera de influencia, en especial Vladimir Putin llama a estas regiones vitales como “líneas rojas”. En el caso de Ucrania, Moscú ha advertido en innumerables ocasiones que una expansión de la OTAN hacia el este y en especial a Ucrania no será tolerado por Rusia. En concreto, además de la posible adhesión de Kiev a la OTAN, Moscú recela de los ejercicios militares conjuntos que estos llevan acabo y del aprovisionamiento de armamento y tecnología de la alianza a Ucrania.

El gobierno central de Moscú considera que tanto el pueblo ucraniano como el ruso son uno y acusa a occidente de estar generando una campaña anti rusa, tal como explicó Putin en un texto publicado a mediados del 2021.

Otro ingrediente en esta situación es la frustración de Moscú hacia los acuerdos alcanzados en Minsk en 2015. Este mecanismo resultó insuficiente y no alcanzó logros sustanciales. Ejemplo de esto es la falta de acuerdo para realizar elecciones supervisadas por terceros independientes en las regiones en conflicto. Asimismo, ambas partes se acusan entre sí de ser la razón por la cual el conflicto no logra tener resolución.

Sin embargo, el factor que mayor relevancia tiene es esta suerte de placas tectónicas geopolíticas que moldean lo que sucede en los distintos niveles de análisis, las cuales son el estado de las relaciones entre Rusia y Occidente, en especial entre el primero y Estados Unidos. No es novedad que el vínculo entre ambos no se encuentra en su mejor estadio. A Moscú le preocupa el potencial avance de la OTAN hacia su zona de influencia y le interesa lograr un alivio en las sanciones económicas que apalean a la economía rusa. Por otra parte, Estados Unidos y sus aliados ven con desconfianza el aumento de la presencia rusa en Europa, cuya mayor manifestación es la concreción del gasoducto Nordstream 2, y el acercamiento de Rusia hacia China.

Claro está que esta nueva escalada en la virulencia de la zona responde a las disputas de poder geopolíticas. Rusia ya ha manifestado su línea roja y la lección que nos dejaron los enfrentamientos de 2014 es que cuando un gran poder percibe que sus intereses vitales están en riesgo no tendrá problemas en utilizar la fuerza. Si bien Putin y Biden se reunieron de manera virtual para lograr alcanzar un acuerdo, Rusia aboga por resultados tangibles respecto a las intenciones de la OTAN y su expansión hacia el este. Queda por ver hasta donde están dispuestas ir las potencias actuales para no perder su porción del poder global.

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Melina Torús
Licenciada en Gobierno y Relaciones Internacionales, Maestranda en Estrategia y Geopolítica, Coordinadora del Observatorio de Seguridad y Defensa del Centro de Estudios de Política Internacional de la Universidad de Buenos Aires y miembro del Comité Ejecutivo del Grupo de Jóvenes Investigadores del Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de La Plata

3 COMENTARIOS

  1. No hay mucho que hablar. Es evidente. Pero esto se gesta con la desafortunada ye irregular independencia y separación de ucrania de la URSS. Digo esto, porque al hacer las elecciones sobre su independencia, n se incluyo, en forma independiente y separada, la opinión de las repúblicas autónomas, que existían en Ucrania, territorios rusos anteriores al ingreso de Ucrania a la URSS, y de territorios dados por el Soviet Supremo, no Ucranianos después del fin de la 2da guerra, de habla, polaca, húngara, rumana etc…Ucrania quedaría disminuida en unas 3 cuartas partes. Y las repúblicas autónomas rusas estaban muy industrializadas. Ni hablemos de la república autónoma de Crimea, que es reconocida como rusa desde la guerra de Crimea, y reconocida como tal, por las partes beligerantes y ganadoras de dicha guerra, a saber, Inglaterra, Francia y Turquía, las potencias en aquella época.

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