Por Patricia Kreibohm miembro del Observatorio Universitario de Terrorismo
Cuando los anarquistas y los socialistas rusos del siglo XIX concibieron la estrategia terrorista, lo hicieron a partir de una exigencia primordial: encontrar una forma de atacar con éxito al poderoso gobierno del zar. Así nació la doctrina terrorista, cuyos objetivos fundamentales era dos: aterrorizar al poder constituido con actos de violencia extrema y emplear dichos actos como instrumento de propaganda. Paulatinamente, estas ideas inspiraron a distintas organizaciones, que fueron creciendo, aprendiendo y perfeccionándose, en distintos países del mundo.
En este sentido, fue probablemente fue Karl Heinzen – un demócrata radical alemán – quien elaboró la doctrina del terrorismo moderno, aunque más tarde, Bakunin, Nechaiev y Most, consolidaron sus explicaciones. También fue Heizen el precursor del importantísimo papel que las armas y de los explosivos, habrían de cumplir en el proceso de la subversión violenta. En efecto, sus ideas – profundamente innovadoras – dieron lugar a la aparición de distintos manuales de fabricación de bombas y de otros procedimientos, destinados a infundir terror entre el gobierno, la aristocracia, las burguesías y el clero.
Indudablemente, la figura de Mijail Bakunin es emblemática, pues representa, como nadie, el aspecto destructor de la denominada, acción directa(1) Su preocupación fundamental era lograr la ruina del orden social establecido, ya que la sociedad debía ser limpiada de sus vicios través de la violencia y el derramamiento de sangre. A tal fin, Bakunin formuló los principios de la estrategia terrorista e instituyó la idea de la propaganda por los hechos; un concepto que destacaba la preeminencia de la acción, frente a la debilidad de la prédica. De origen aristocrático, empleó su capacidad como teórico y como filósofo, para incentivar el descontento y la insurrección. En su obra más importante – El Catecismo del Revolucionario – desarrolló extensamente el concepto de la filosofía de la bomba y sentó las bases del prototipo del terrorista moderno(2). Además, diseñó la estructura de la organización armada, la cual debía estar compuesta por células secretas, integradas por individuos, absolutamente comprometidos.
En otra de sus obras – el Manual de Organización y Táctica Terrorista, publicado en 1869 – Bakunin propugnó la infiltración de los activistas en todas las instituciones del Estado a fin de socavarlas; de fomentar el descontento, y de provocar la insurrección del campesinado y de las masas obreras. En cuanto a la definición del militante ideal, sostuvo que no debía tener sentimientos ni intereses fuera de la causa; que tenía que desligarse de todo intercambio social y despreciar la ética social existente. La única ilusión y el único fin del activista, debía ser la total aniquilación del orden establecido pues, en su visión apocalíptica, la violencia arrasaría con el viejo orden, dando a la gente común el control de su propio destino.
Otra figura importante del terrorismo anarquista fue el joven populista ruso Serguei Nechaiev, quien abogaba por la violencia conspirativa como método para alzar y educar a las masas. Por ello, propuso la justificación clásica del terrorismo heroico: los ataques contra el Estado provocarían una represión intensa e indiscriminada; ésta desprestigiaría al gobierno y radicalizaría a las masas. En otras palabras, el terrorismo sería la levadura que los intelectuales revolucionarios podrían usar para mover al pueblo pasivo. Desde su punto de vista, la función de esta estrategia era estimular al pueblo a levantarse mediante la desmitificación de la autoridad. A fin de materializar estas ideas, era necesario crear células cerradas, rígidamente controladas desde arriba y absolutamente dedicadas a la destrucción. Hemos perdido la fe en las palabras, fue una de sus frases más conocidas.
Marx y Engels sobre el terrorismo
Ambos teóricos se declararon partidarios de la violencia como motor del cambio social. Desde su perspectiva, no había duda alguna de que ésta era necesaria para transformar la naturaleza del proletariado, pues tenía un carácter terapéutico que renovaría psicológicamente a la clase trabajadora, dejándola preparada para tomar el poder.(3) Sin embargo, rechazaban explícitamente al terrorismo, pues su concepción revolucionaria era totalmente diferente.
Así, en diversos escritos, ambos insistieron en que la revolución proletaria nada tenía que ver con la fantasía anarquista de la destrucción y la redención universales. Por el contrario, creían que la violencia debía ser ejecutada por el partido de los trabajadores, el cual actuaría como la vanguardia revolucionaria. Para ellos, la función de los intelectuales, sólo debía limitarse a aconsejar y a ayudar a las masas y de ninguna manera, a actuar por ellas. Refiriéndose a los terroristas, expresaban lo siguiente:
“Ellos creen que la única condición necesaria para una revolución es una organización adecuada de la conspiración. Son alquimistas de la revolución y comparten con los antiguos alquimistas su confuso empecinamiento, su locura y sus ideas fijas. Se dedican a descubrir cosas que harán funcionar maravillas revolucionarias: bombas incendiarias, máquinas infernales de mágico impacto, amotinamientos que deben ser hacedores de maravillas, pero que rara vez poseen alguna base racional. Siempre ocupados y preocupados con tan absurdos planes y connivencias no ven otro fin que el derrocamiento del gobierno existente. De aquí su profundo menosprecio por una mayor ilustración teórica de los trabajadores acerca de sus intereses de clase”. (4)
Patricia Kreibohm. Mg. en Relaciones Internacionales; Coordinadora del Observatorio Universitario de Terrorismo, IRI-UNLP
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Referencias en el texto:
1- Es muy interesante el análisis que realiza Salvador Giner sobre la figura y las obras de Bakunin; obras a través de las cuales puede comprenderse toda la complejidad de su pensamiento. Cf: Giner, S. Op. Cit. Libro V Capítulo II “El anarquismo”. Pp. 481-484.
2- Bakunin ha sido calificado por muchos especialistas como el “profeta de la rebelión primitiva, del partido revolucionario conspirativo y de la guerrilla insurreccional.” Wilkinson, P. Op. Cit. P. 80
3- L S Feuer. Marx y Engels: Basic Writings on Politics and Philosophy. Londres, Fontana, 1969, P. 37 Citado por Wardlaw. G. Op. Cit. P. 67.
4- Carlos Marx y Federico Engels. Collected Works Vol 10. International Publishers, New York, 1975. P. 318. Citado por Rubenstein, R. Op. Cit. P. 191
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