No caben dudas de que en los últimos años el espacio ha comenzado a convertirse en un ámbito fundamental para el desarrollo de las actividades humanas. En este sentido, su relevancia en lo que hace a las comunicaciones, la movilidad y la meteorología lo convierten en un campo vital en nuestra vida cotidiana, y también, en un importante motor del desarrollo científico-técnico, al menos en el limitado grupo de países que cuentan con las capacidades requeridas para su explotación.
Podemos decir que, hoy en día, los satélites sean -quizás- los activos más importantes en este ecosistema, siendo que su funcionamiento no solo es fundamental en los servicios de los cuales nuestra vida depende cada vez más, sino que también, una gran variedad de ellos, son parte constitutiva de los sistemas de defensa de última generación.
Es así que, diversos Estados comienzan a interrogarse acerca de cómo garantizar la máxima disponibilidad y fiabilidad de dichos sistemas, en pos de defender de alguna manera sus activos de cualquier eventual amenaza, surgiendo así la pregunta acerca de si: ¿es el espacio la nueva frontera a proteger?
En este sentido, la creciente explotación del espacio en sus diversos usos corre el riesgo de traducirse en un escenario más de pugna geopolítica, elemento que a la vez pone de relieve no solo un nuevo abanico de riesgos y amenazas derivados de la obsolescencia de los tratados jurídicos vigentes, sino también, la posibilidad de asistir a una creciente militarización que ponga fin a los tradicionales esquemas de cooperación que caracterizaron a la actividad espacial luego de la Guerra Fría.
En los últimos tiempos, el impacto que provee el dominio espacial en la estrategia militar se vuelve realmente importante. El campo de batalla moderno parece imponer cada vez más la necesidad de acortar los ciclos de decisión a partir de la consolidación de fuerzas armadas más flexibles, ágiles y con la capacidad de procesar y gestionar un mayor volumen de información, derivando ello en una cada vez más fuerte dependencia de las capacidades vinculadas al dominio ultraterrestre para el funcionamiento de estas y de sus operaciones.
La creación de fuerzas y unidades militares orientadas a la protección de los activos espaciales relevantes a la seguridad nacional de cada país parece ser entonces un paso más para la militarización del dominio espacial.
Más aún, el ataque a activos espaciales, ya sea a partir de armas cinéticas o no cinéticas, pueden ser la moneda corriente de las nuevas formas de guerra a futuro.
En estos términos, Blinder (2009) nos esclarece cuando afirma que el espacio es tan solo un dominio más en el que se configuran relaciones de poder, y con ello, los límites interiores y exteriores del ejercicio del mismo; de este modo, el espacio en tanto dominio está sociabilizado o “politizado” de acuerdo a su ocupación, elemento que acaba permitiendo la imposición política de un actor sobre otro, siendo que allí donde se pierde la capacidad de ocupación, se pierde por ende la capacidad de ejercer el poder, y otro actor puede ocupar la posición vacía para disputar la hegemonía de ese nuevo dominio.
El espacio es un “bien común” del cual cada Estado dispone en función de sus intereses y de su capacidad de acceso. Sin embargo, siendo que la mayoría de los problemas emergentes son provocados por el hombre, se requiere un mecanismo internacional de regulación y cooperación no discriminatorio para guiar las eventuales acciones de las fuerzas armadas en dicho ámbito.
En este contexto, un marco común para discutir las armas espaciales podría ser útil para establecer y aclarar diferencias conceptuales entre las naciones en torno a su militarización.
Desde que se firmó el Tratado sobre el Espacio Ultraterrestre en 1967 se ha avanzado poco en la negociación de acuerdos internacionales que limiten las pruebas, el despliegue y el uso de armas en el espacio exterior.
Los principales puntos conflictivos son la falta de consenso sobre lo que constituye un arma espacial y sobre los mecanismos de verificación y ejecución de un acuerdo plausible.
Si bien hay algunos acuerdos internacionales que guían el uso de armamento en el espacio, cabe destacar que a este tema no se le da suficiente importancia.
La razón podría ser que en realidad son las potencias globales las que están persiguiendo los programas de armamento espacial y defensa antimisiles, y que avanzar en esta agenda es perjudicial para sus propios intereses nacionales, siendo que dichos acuerdos podrían limitar el uso y desarrollo de las armas antisatélite cinéticas y no cinéticas.
La cooperación internacional es fundamental para alcanzar un marco regulatorio que se hace cada día más necesario; más aún, teniendo en cuenta que el espacio ya no es de uso exclusivo de los actores estatales, sino que es un ámbito mixto en el que progresivamente participan cada vez más actores privados.
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