15 de agosto de 2022. Un año atrás, las portadas de los principales medios de comunicación alrededor del mundo anunciaban la caída de Kabul en manos de los Talibanes tras un largo tiempo de conflicto.
Este suceso marcó un antes y después en la historia de Afganistán, ya que representa un rotundo cambio, tanto político como social en todo el país oriental. Significa, también, un retroceso y por qué no la vuelta a la etapa más oscura de la historia afgana, época en la cual los Talibanes gobernaron el país imponiendo la conocida y más estricta Sharia (Ley Islámica) desde 1996 al 2001 –año en el cual Estados Unidos desembarcó en Afganistán dando inicio a su operación militar más larga, que llegaría a su fin 20 años después-.
Sin embargo, el hecho de que el grupo insurgente haya vuelto a tomar las riendas del gobierno no fue algo gestado de un día para el otro, sino que se trató de la culminación de un gran avance que los Talibanes venían llevando a cabo en todo el territorio afgano tras la partida de las tropas estadounidenses que se encontraban desplegadas en el país, en el marco del tratado de Doha –acordado por Donald Trump y los altos mandos del grupo Talibán, allá por principios de 2021-.
Un año de mentiras, represión y miedo
Ya a un año de la vuelta al poder de los Talibanes, las promesas hechas por estos últimos se esfumaron como si de humo estuviésemos hablando. Entre ellas, los Talibanes prometieron que su nueva etapa en el poder estaría alejada de la versión más radical de la Sharía –característica principal de su anterior gestión- y que, por ejemplo, las mujeres podrían formar parte del gobierno.
Sin lugar a dudas, las declaraciones hechas previas a retomar el control de Afganistán acerca de las mujeres fue uno de los puntos más polémicos que, hasta el día de hoy, no deja de causar indignación en gran parte de la comunidad internacional. Señalamos esto ya que, la situación de las mujeres afganas pasa por su momento más crítico de los últimos años tras el retorno del grupo Talibán al gobierno. Fueron muchos los derechos que perdieron las mujeres en este pasado año, lo que significó un retroceso sociocultural no menor. Cabe destacar que, tras las leyes impuestas por el nuevo gobierno, miles de niñas afganas están privadas de recibir educación secundaria. A su vez, las mujeres de Afganistán tampoco pueden viajar solas, trabajar para el gobierno, ni mucho menos exhibir alguna parte de su cuerpo en público, por lo que cubrirse con el tradicional burka fue una de las órdenes que Hibatullah Akhundzada –emir de los Talibanes- decretó tras tomar el mando del gobierno.
Más allá de las promesas incumplidas y de las nuevas disposiciones decretadas por Talibán, la violencia y la represión continúan siendo moneda corriente en Afganistán. A tal punto que, días atrás, un grupo de mujeres que se concentraban frente al Ministerio de Educación en Kabul, en señal de protesta por los derechos que estas perdieron, fueron dispersadas del lugar de manera sumamente violenta. Según los videos difundidos por los medios de comunicación, combatientes Talibanes realizaron tiros al aire a fin de echar a las mujeres de la concentración. Al mismo tiempo que, varias de ellas fueron perseguidas y golpeadas por los Talibanes mientras intentaban ocultarse en los negocios aledaños al edificio del Ministerio de Educación afgano.
La situación mencionada no es pasada por alto en la comunidad internacional. Fueron varias las organizaciones no gubernamentales que condenaron la represión impuesta por los Talibanes sobre las mujeres y niñas afganas. Entre ellas, Amnistía Internacional, quien en su informe titulado “Death in Slow Motion: Women and Girls Under Taliban Rule” (Muerte en cámara lenta: Mujeres y niñas bajo el yugo Talibán), sentenciaron que los “Talibanes están devastando las vidas de las mujeres y niñas de Afganistán con la represión de sus Derechos Humanos”, incluidas las restricciones relacionadas a sus derechos a la educación, trabajo y libre circulación.
Terrorismo y más de lo mismo
Como si todo el contexto explicado anteriormente no fuese suficiente, el terrorismo no ha dejado de ser parte de la vida de la tan sufrida sociedad afgana.
Tras la llegada al poder de los Talibanes, otro grupo terrorista se ha pronunciado en contra de estos últimos, con los cuales presentan diferencias ideológicas y distintos objetivos. Hablamos de ISIS-K (Provincia del Estado Islámico del Gran Khorasán), quien es –nada más ni nada menos- que la rama activa perteneciente al autodenominado Estado Islámico –mundialmente conocido como ISIS- quien instauró su “Califato” en los territorios ubicados en Siria e Irak, allá por 2014. Por su parte, ISIS-K se muestra muy activo en la zona de Pakistán –quien comparte frontera con Afganistán-, por lo que los enfrentamientos entre ambos suelen ser casi cotidianos. Esto sumado a las decenas de atentados terroristas que ISIS-K ha perpetrado en suelo afgano, el más recordado –sin dudas- fue el ataque llevado a cabo en las inmediaciones del Aeropuerto Hamid Karzai, en el marco del retiro de las tropas estadounidenses un año atrás. Además de ISIS-K, otra organización terrorista activa en la zona es Tehreek-e-Talibán Pakistán, la rama pakistaní de “los estudiantes”, que ya ha perpetrado una no menor suma de atentados en territorio pakistaní.
A pesar de lo explicado en los párrafos anteriores, no hay que pasar por alto la muerte de Aymán Al Zawahiri –líder de Al Qaeda- el pasado 30 de julio en la capital afgana de Kabul. El asesinato con drones, en manos del ejército de los Estados Unidos, demostró que Afganistán sigue siendo cuna y refugio de cientos de terroristas, lo cual contradice una de las tantas promesas hechas por los Talibanes que se comprometieron en “no permitir que Afganistán se convirtiera en una plataforma para grupos y células terroristas con capacidad de ataques en otros países”. Es por esto que algunos se han referido a Afganistán como el “santuario de Al Qaeda”.
Un futuro carente de esperanzas
La terrible situación descrita en las páginas previas no parece ofrecer un horizonte esperanzador. La violencia, la represión y el terrorismo –sumado a la pobreza y hambruna a la que los gobernantes Talibanes han conducido al pueblo afgano- vislumbran un futuro con poco optimismo para los habitantes de Afganistán, quienes, víctimas del miedo y de la impotencia, luchan día a día por sobrevivir en un país sumamente devastado.
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