El interrogante planteado en el título pretende adentrarse en la interacción entra ciencia, tecnología e innovación (CTI), las políticas públicas y la diplomacia, a partir del rol que cada dimensión tiene en el escenario geopolítico y sus problemáticas. Es por ello que surge la intención de elaborar un especial de entregas en torno a la Diplomacia Científica, entendiendo que significa un cambio de paradigma en la interacción intra e interestatal con miras en la construcción de un futuro global. Con lo cual, se parte desde un primer desarrollo que aborda la teorización reciente en torno a este concepto y su estado de la cuestión, para posteriormente dedicar otros dos escritos a casos puntuales.
Desde determinados bienes comunes, pasando por áreas geográficas como alta mar, espacio exterior y zonas polares hasta industrias en particular, el desarrollo y la innovación como facilitadores y trasformadores de la transición global se convirtieron en un factor relevante y de renovado interés para los actores que tienen injerencia en la toma de decisiones sobre las políticas públicas y sobre la política exterior.
Por otra parte, se puede decir que tanto desde el área científica como desde el cuerpo diplomático comparten en sus dinámicas con larga tradición el objetivo de propiciar la colaboración y la asociación. En ese marco, la aparición de la diplomacia científica en el campo de las relaciones internacionales se puede considerar como la confluencia de estas dos esferas, ya que en su definición supone construir una colaboración científica que mejore las relaciones entre las naciones.
Si bien dicha aparición se remonta a varios siglos atrás, los esfuerzos por conceptualizar esta aproximación interdisciplinaria (que surgieron mayormente desde el Norte Global) surgieron contexto histórico específico (siglo XX) y habilitaron todo un nuevo campo de estudio. Ello devino en que no exista una única comprensión para este concepto de carácter multidimensional.
La progresividad de la compleja dinámica de la globalización y la interdependencia global promovieron que tanto los Estados como diferentes organismos internacionales hayan tomado la decisión de dedicar un espacio de la agenda a temas específicos tratados desde la interacción entre actores gubernamentales, científicos/académicos y diplomáticos. A su vez, afectaron tanto al sistema de la ciencia como al de la diplomacia.
Eso es un resultado de que las problemáticas con las que convivimos (cambio climático, alcanzar el desarrollo sostenible, proveer seguridad alimentaria y energética, entre otras) así como las oportunidades de innovación tengan un carácter eminentemente transfronterizo, intersectorial e interdisciplinario que vuelve más necesario la disposición de terrenos comunes de confianza y comprensión mutua.
Aproximación a la teoría
El papel de la ciencia dentro de la práctica diplomática no fue pensado en la concepción westfaliana tradicional del Estado-Nación. Con lo cual, aunque en muchos países existen ejemplos de diplomacia científica en siglos anteriores al XX, fue después de la Segunda Guerra Mundial cuando la comunidad científica se volvió más proactiva para abordar amenazas y desafíos globales. Entre ellos, podemos mencionar la acelerada urbanización, el aumento de la población, la crisis ambiental y el envejecimiento de la población.
De esta manera, fueron surgiendo organizaciones, asociaciones, academias, comités y foros, entre otras importantes figuras, con las que se busca crear una comunicación fluida entre la ciencia y los gobiernos, así como entre organismos científicos internacionales.
En esa dirección, los principales esfuerzos de las Naciones Unidas y especialmente de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) ayudaron a los gobiernos nacionales y subnacionales a establecer sus sistemas de investigación y desarrollo, y a tener un lenguaje común sobre la política de ciencia y tecnología, así como la política de desarrollo económico, involucrando formas de investigación, áreas de investigación, división de sectores profesionales, indicadores de investigación e innovación, tipos de científicos, etc
Ahora bien, vayamos a las definiciones. Una de las que se extendió fue la de atribuir un carácter instrumental a la ciencia, entendiendo a la diplomacia científica como “el uso de colaboraciones científicas entre naciones para abordar los problemas comunes que la humanidad del siglo 21 enfrenta, y para construir alianzas internacionales constructivas” (Fedoroff, 2009).
De todos modos, no fue la única aproximación. Otra de ellas tiene un abordaje más amplio, entendiendo su naturaleza “paraguas” en torno a una serie de prácticas multisectoriales, ya sea formales o informales, que tienen lugar en la interfaz entre ciencia y diplomacia (Basha, 2016; citado en Rungius, 2018). De aquí se desprende una clasificación hecha por la Sociedad Real de Londres para el Avance de la Ciencia Natural (Royal Society), que surge del documento Nuevas fronteras en la diplomacia científica (publicado en enero de 2010 por la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia) en la que se cumple en poner de manifiesto la relevancia el rol de la Ciencia y la Tecnología en la Política Exterior. Esas son:
- La ciencia en la diplomacia, en el que la ciencia informa y apoya la toma de decisiones de política exterior;
- La diplomacia para la ciencia, que busca facilitar la cooperación científica entre Estados; y
- La ciencia para la diplomacia, en la que se usa la cooperación científica como mecanismo para estrechar lazos entre Estados;
Una propuesta alternativa a las tres dimensiones propuestas por la Royal Society es la de Gluckman et al. (2017). Esta parte de un punto de vista pragmático, para el cual los autores proponen tres categorías alternativas de diplomacia científica:
- Aquella con acciones orientadas a la consecución de los intereses nacionales;
- Aquella orientada al abordaje de retos transfronterizos; y,
- Aquella que busca el logro de propósitos globales.
De lo anteriormente mencionado, se puede extraer que la cooperación científica internacional es un instrumento o herramienta que contribuye a generar y democratizar el conocimiento y mejorar las relaciones entre los países como herramienta de ‘poder blando’ (“soft power”, término acuñado por Joseph Nye en 2004) para coordinar soluciones a problemas globales de interés común. Es por ello que cada vez se encuentra más aceptada la idea de que la ciencia es una dimensión sustancial para maniobrar sobre el poder de influencia para construir y establecer reputación de un país, al tiempo que esto impacta en la imagen ante otros países.
Un punto adicional. Con los incesantes avances de la automatización, la robotización y la inteligencia artificial en el seno de sociedades del conocimiento, fue tomando forma en los últimos años lo que se conoce como la “diplomacia científica 2.0“. Al respecto, en un reciente artículo, Simone Turchetti y Roberto Lalli (2020) ponen su perspectiva en el carácter relacional de la Diplomacia Científica, para la cual se basan en la integración de los datos y “metadatos”. Esta reformulación se da con el afán de proporcionar a las organizaciones responsables de la formulación de políticas e ideas para acciones futuras. Asimismo, se destaca la importancia de que haya un enfoque de múltiples niveles que cumpla en retroalimentar la información obtenida y sirva para la colaboración científica internacional.
Puentes permanentes
Por otra parte, aunque no sea de aplicación para todos los casos, se puede considerar que la diplomacia científica tiene el poder de trascender, a veces, parcial y otras completamente las fronteras culturales, nacionales y religiosas. Esto se debe a que la ciencia proporciona un entorno neutral para el libre intercambio de ideas entre las personas.
Por lo que, naturalmente, surge el siguiente interrogante: ¿Funciona en forma unidireccional en la práctica la Diplomacia Científica? Si bien en la mayoría de los casos los esfuerzos colectivos por desarrollar nuevas asociaciones internacionales con alguna problemática promueven alineaciones, esta no se encuentra exenta de la sociedad, la política y la cultura en donde subyace. Por lo cual, es de esperar que se vea afectada por los intereses y motivaciones del Estado que se trate, del cual puede emerger caminos hacia la confluencia o hacia la divergencia.
Asimismo, la cooperación internacional basada en la diplomacia científica tiene un enorme potencial de actividades. Entre ellas se destacan la participación de científicos de su país en programas internacionales de investigación; brindar asesoría científica para la formulación de políticas internacionales, ayudando a desarrollar la capacidad científica en naciones en desarrollo; usar la ciencia para destacarse en el escenario internacional.
Esto nos lleva a mencionar que tanto en el plano regional, birregional e interregional, la Diplomacia Científica tiene un rol cada vez más relevante en la agenda de la comunidad internacional en términos de ser parte de un eje transformador económico y social. De ahí que, por ejemplo, la hoja de ruta para el desarrollo sostenible planteada por la Agenda 2030 haya consignado como eje prioritario a la CTI para el cumplimiento de los ODS.