En el marco de las propuestas de los presidentes de Brasil y Argentina, Lula da Silva y Alberto Fernández, sobre la creación de una moneda regional para el Mercosur, surgen nuevos debates sobre la factibilidad de esta idea. El mes pasado, durante la visita de Estado del mandatario brasileño a la Argentina, Lula aclaró que este era un proyecto a largo plazo para facilitar el comercio regional sin usar dólares estadounidenses, pero sin ser un plan a corto plazo para reemplazar los dineros nacionales con una moneda “del Sur”.
Esta fue la cuarta propuesta pública de una especie de moneda regional, ya que ambos presidentes lo mencionaron por primera vez en 1987 como una “herramienta para facilitar el comercio binacional”. Asimismo, el expresidente argentino Carlos Menem lo discutió en una cumbre comercial en Montevideo en 1997, y luego nuevamente en 1999. Se estima también que en 2019 los ministerios de economía de Argentina y Brasil discutieron una moneda común pero en privado.
Sin embargo, para muchos economistas esta propuesta es ciertamente escéptica y hasta terrible. Por ejemplo, Olivier Blanchard, ex economista jefe del Fondo Monetario Internacional (FMI), considera que la propuesta es “una locura”, aunque otros como el multimillonario tecnológico Elon Musk creen que puede ser una buena idea. Pero, ¿es realmente aconsejable la creación de una moneda única? ¿Es factible o se trata de un nuevo impulso regional para apaciguar las diferencias?
Puede considerarse una idea esencial para un proyecto de integración regional, y específicamente para destetar el comercio regional del dólar estadounidense, aunque un bloque como el Mercosur cuenta con mayores dificultades para realizar proyectos del estilo europeo. Muchos economistas utilizan la teoría OCA para sustentar o desestimar este proyecto, la cual establece que áreas específicas no delimitadas por fronteras nacionales se beneficiarían de una moneda común. La misma fue propuesta por Robert Mundell en 1961, y considera que su relación costo-beneficio depende del nivel de integración económica con sus socios.
Claramente desde esta perspectiva, Mercosur no es una OCA porque no está integrado de la forma en la que la teoría propone. Es cierto que los países parte del bloque cuentan con grandes flujos comerciales, pero no son lo suficientemente estrechos como para plantear una integración del estilo. Por ejemplo, las exportaciones argentinas y brasileñas a los países del Mercosur en 2021 fueron apenas el 17,9 y el 6% de sus respectivas exportaciones totales; las restricciones cambiarias siguen vigentes y la entrada de capitales se ve progresivamente más desalentada.
En resumen, y en palabras de la autora Beatriz Nofal, se necesitaría un nivel mucho más alto de integración económica en la zona del Mercosur para merecer una moneda común, donde los países deberán “ponerse de acuerdo sobre temas de coordinación y armonización macroeconómica y fiscal y, en última instancia, necesitar una interdependencia económica más profunda”. Es cierto que los países tampoco cuentan con estructuras económicas similares, además de que los gobiernos precisan levantar las barreras existentes a la importación dentro del Mercosur y consolidar aranceles externos estables.
Para Nofal, el impulso que los países precisan es alcanzar nuevos acuerdos y aclarar qué tipo de integración quieren, como también tomar medidas para coordinar las macroeconomías regionales antes de hablar de una moneda en común.
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