¡Hola! Espero que estés bien. Esta entrega tiene un entusiasmo singular por el interés en el tema que va tratar. Por un lado, por tratarse sobre nuestro país y, por el otro, por la relevancia que tiene este abordaje en términos de la proyección local, regional y global.
Transición energética. Un concepto en disputa de enorme actualidad que se comporta como un propósito global en respuesta a la aceleración de la crisis climática y ecológica. Lo primero a tener en cuenta es que adopta tantas miradas como intereses económicos, políticos, ideológicos, ecológicos, tecnológicos y hegemónicos. Y mucho trae a colación desde el debate en torno a la “seguridad energética”, un sendero que ha sido afectado disruptivamente por variados conflictos o sucesos en las últimas décadas.
La columna de hoy contará con la participación especial de Luciano Caratori. Luciano es consultor especializado en temas vinculados a la energía e investigador con foco en energía, cambio climático y gestión del conocimiento en la Fundación Torcuato Di Tella. Fue Subsecretario de Planeamiento Energético del Ministerio de Hacienda de Argentina, estando a cargo de la actualización del Plan Nacional de Energía y Cambio Climático.
Un alarma insoslayable
Comencemos con un dato. De acuerdo con la NASA, en 2020 la temperatura media fue de 1,02 ºC más elevada respecto al período 1950-1980. Por lo cual, el calentamiento global, además de provocar la fusión de los glaciares y la subida del nivel del mar, provoca otros cambios climáticos como la desertificación y el aumento de fenómenos extremos como por ejemplo huracanes, inundaciones e incendios: la alteración del clima podría causar daños incalculables.
Otro dato. En el 2021, el sector energético contribuyó con el 73,2% del total de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) a nivel mundial. Inequidad y desigualdad son dos componentes del sistema energético actual, basado mayormente en fuentes fósiles. ¿Son los únicos? No. En este podio indecoroso también se cuela la concentración y la conflictividad. De modo tal que, apelando a una analogía futbolera, el tiempo de descuento corre y la necesidad de avanzar hacia la transición energética es ineludible.
Siguiendo la analogía, el equipo hacia la sostenibilidad tiene que formar con la economía circular, la equidad en la eficiencia energética, la integración de las energías renovables, el uso de los ecocombustibles y la electrificación de la movilidad. Y hay jugadores que ya empezaron a jugar el partido hace un tiempo, como las comunidades locales, instituciones académicas, organizaciones no gubernamentales, organizaciones sociales y algunos gobiernos locales como nacionales.
Hace un tiempo leí a Claudia Velrde Ponce de León, coordinadora del Programa de Ecosistemas y parte de la Asociación Interamericana por la Defensa del Ambiente (AIDA por sus siglas en inglés). Su expresión en torno a la transición energética como concepto en disputa rondaba entre varios interrogantes: ¿Para qué? ¿Para quienes? ¿Cómo?
Las miradas son diversas. Están aquellas que proponen la transición como un procesode sustitución tecnológica para un cambio de matriz energética con fuentes renovables y la búsqueda de la eficiencia energética. Otras que advierten que el cambio de matriz energética es condición necesaria pero no suficiente, por lo que su postura añade que debe llevarse adelante un proceso de transformación integral, situado en territorio y que contribuya a crear nuevas condiciones socioeconómicas y políticas.
Al respecto, la mirada de Luciano insta a tres grupo de acciones: (1) bajar la intensidad de GEI por unidad de energía que consumimos, (2) disminuir la cantidad de energía que utilizamos para hacernos de los servicios energéticos que requerimos y (3) una menos propia del sector energético, pero ayuda, que es construir o preservar sumideros: captura y almacenamiento de carbono, sea biológica o tecnológica. Una cosa es cierta y se debe subrayar enfáticamente: ninguna de las tres alcanza por sí sola. La solución estaría en combinar las tres.
La acción climática no depende de una sola cartera de un gobierno. Por el contrario, es un desafío transversal de cambios transformadores en todos los sectores y cuyo gran obstáculo, coincidiendo con Luciano, es político. Más aún, la mayoría de ellos se tienen que conducir desde áreas distintas de las de ambiente en particular. Argentina no es excepción a ello.
El sector de la energía es el responsable del 53% de las emisiones de GEI de Argentina, seguido del sector de agricultura, ganadería, silvicultura y otros usos de la tierra con un 37%. Esos son los dos sectores que más contribuyen al cambio climático.
No obstante, hay que tener reparos. Pablo Pertinant plantea que, vivimos un momento histórico en el que la promoción de proyectos de sustentabilidad y resiliencia tienen condicionantes. Al respecto, algunos países se han inscrito en el control y aprovisionamiento de los recursos para la transición energética. Ojo. Este proceso tiene un fuerte encuadre en la lógica de la división internacional del trabajo y la globalización vigentes. Ejemplos de ello son el hidrógeno y el litio, que pican en punta como nuevos commodities pero no se alejan de la reproducción de una lógica extractivista.
Uno de esos sucesos disruptivos fue la pandemia del COVID-19. ¿cómo afectó? La reflexión de Luciano es que tuvo un fuerte impacto sobre cómo puede verse el mercado global de fósiles en un futuro en el cual la demanda de estos disminuya. Por lo cual, continúa Luciano, una de las claves estriba en la diversidad. Afirma que “las mejores decisiones que podemos tomar para un sector como el energético no son las que mayor potencial tengan si todo sale bien, sino las más robustas, que nos dejen parados de la mejor manera posible ante los posibles futuros que podemos enfrentar”
Pensar la Transición desde la región latinoamericana y caribeña
Pablo Pertinant, investigador, docente y director del Observatorio de Energía y Sustentabilidad de la Universidad Tecnológica Nacional (regional Rosario) argumenta cinco elementos para que la región transite el camino hacia la transiciòn energética:
- Construir el derecho a la energía como derecho colectivo, en congruencia con los derechos de la naturaleza. Se debe tomar en cuenta los daños generados por el desarrollo energético a territorios y comunidades.
- Resolver problemas de pobreza energética con energía limpia, accesible, confiable y asequible.
- La integralidad de la transición. Avanzar en un proceso de disminución de energía ante un escenario de restricción en el cual los recursos no permiten cubrir la demanda energética.
- Profundizar el cambio de matriz energética desde procesos de resignificación de tecnologías por aquellas que sean adecuadas, es decir, que permitan la inclusión social, que sean construidas desde las comunidades, que estén orientadas a resolver los problemas de estas y que tomen en cuenta los procesos de aceptación de nuevos emprendimientos energéticos.
- La autonomía energética de cada país no puede prescindir del impulso de procesos de democratización de la energía mediante la participación de diversos actores en la toma de decisiones respecto a la transición y elaboración e implementación de políticas, garantizando los derechos de acceso a información oportuna y completa, participación de calidad y acceso a la justicia ambiental.
Con frecuencia, se suele mirar hacia Europa cuando se habla de los pasos a seguir en esta transición. No obstante, Luciano Caratori afirma que es “difícil comparar los procesos porque los puntos de partida, la disponibilidad de recursos, los desafíos e incluso la geografía son muy diferentes y, en definitiva, parte de distintos caminos que pareciera que a largo plazo deberían ser convergentes pero que en el corto pueden divergir”.
No se puede obviar, añade Luciano, que “Latinoamérica es la es difícil comparar los procesos porque los puntos de partida, la disponibilidad de recursos, los desafíos e incluso la geografía son muy diferentes y, en definitiva, parte de distintos caminos que pareciera que a largo plazo deberían ser convergentes pero que en el corto pueden divergir”.
Y si de recursos se habla, el costo de capital es un punto determinante. Al respecto, analiza Luciano que cuando el acceso y el costo del financiamiento es alto, como en la región, eso se traslada a la demanda. También es importante el diseño del mercado y la remuneración a la generación, transporte y distribución de energía eléctrica, que es un tema en ebullición en muchas partes del mundo, en la búsqueda de mecanismos que se adapten a estos tiempos, para los cuales son útiles muchas de las herramientas existentes y desarrolladas hace siglos
Por otra parte, habiendo mencionado Europa, se hace difícil obviar la criticidad del momento histórico energético productivo de la guerra en Ucrania. Luciano imparte su mirada desde el corto y mediano plazo. Para el corto plazo, a la luz de lo visto fue negativo, en especial para para los países importadores de gas natural, petróleo y combustibles líquidos, sobre todo por el impacto en los precios y en algunos momentos sobre las cantidades.
Ahora bien, la perspectiva se torna menos pesimista en el mediano plazo, ya que la región puede catalizar una transformación que llevó a Europa a reforzar la necesidad de disminuir la dependencia de los combustibles fósiles, en particular por su volatilidad más que por su nivel, y por las implicancias geopolíticas de esta dependencia.
Hacia la Transición Energética Justa
A mediados de la semana tuve el honor de asistir a la inauguración de la segunda reunión de la Conferencia de las Partes (COP 2) del primer tratado ambiental de América Latina y el Caribe – Acuerdo de Escazú. Se nombró en reiteradas ocasiones la Transición Justa, un término que se origina en el contexto de las discusiones en torno a cómo efectuar una transición energética para poder cumplir las metas ambientales establecidas – por ejemplo, del Acuerdo de París y de la Agenda 2030.
Hay un punto sumamente interesante: La integralidad del enfoque. El modelo de desarrollo que propone la Transición Justa reconoce la interrelación de los aspectos medioambientales, sociales y económicos. En ese marco, me resultan de interés dos documentos que el gobierno argentino lanzó en esa dirección. El primero, en el 2021, titulado “Transición post COVID-19 hacia una economía verde”, explicita el cambio de matriz de análisis, en parte desprendida de la pandemia, pero bajo una racconto de lecciones que instan a la implementación de políticas de sostenibilidad ambiental, económica y social, a la vez que deja expuesta la potencialidad para desarrollar la bioeconomía, la economía circular y el transporte y la movilidad. Mientras que, en el 2022 lanzó el documento “Hacia una transición justa para la Argentina: Las perspectivas del gobierno, de los trabajadores y de los empleadores”, que propone ser “un insumo adicional de recomendaciones para los tomadores de decisiones en el marco de la ponderaciòn de la agenda política”.
Siguiendo con la posición argentina, la fuente renovable con mayor participación en la matriz, como fuente primaria (datos de 2021) es gran hidroelectricidad (2.170 mil ktep), seguida de los biocombustibles (2.125 mil ktep) y muy cerca por la biomasa (leña y bagazo, 2.097 mil ktep). Recién ahí entra la eólica con 1.242 mil ktep) con el resto mucho más lejos (solar en 189 mil ktep). (Fuente: Balance Energético Nacional 2021, Secretaría de Energía). A su vez, hay una gran oportunidad en puerta. Según los datos que trajeron Daniel Schteingart y Elisabeth Möhle sobre el potencial de los distintos países en las energías renovables como eólica y solar. Amén de los elementos para el análisis en las diferentes regiones, vale resaltar que la Argentina es uno de los pocos países del mundo con gran potencial en ambas energías, lo cual abre dos potenciales sendas a encarar: descarbonizar nuestra matriz energética y generar divisas a partir de la exportación de energías limpias, por ejemplo a partir del hidrógeno verde.
Por lo brevemente desarrollado, resulta sustancial la receptividad y proactividad de los tomadores de decisiones para la consecución de los objetivos hacia la Transición Energética.
Que estén bien. Nos encontraremos el mes que viene.
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