Durante la última semana, diversos medios alrededor del mundo han estado compartiendo imágenes de las protestas que se están llevando a cabo en toda Francia. Para comprender mejor estos hechos, comenzaremos por detallar el detonante de estos sucesos y luego ahondaremos en su trasfondo.
El martes 27 de junio por la mañana, en el municipio de Nanterre, un par de agentes de la policía detuvieron a Nahel, un joven de 17 años de ascendencia argelina, en un control de tráfico debido a que circulaba en su auto sin un acompañante mayor, lo cual es ilegal en Francia. Al interrogarlo, ambos oficiales apuntaban con sus armas al joven, quien, al acelerar el auto para intentar escapar, fue asesinado en el acto.
El hecho fue documentado por un transeúnte que grabó toda la situación. Una vez el video comenzó a circular vía redes sociales, empezaron a darse distintos focos de protesta en el país.
Un problema recurrente
Los controles policiales ya han estado en el centro de la discusión pública, ya que el pasado año, un total de 13 personas fallecieron en operativos similares. Esto ha provocado un ascenso del 50% en el número de personas que evitan este tipo de procedimientos en los últimos 10 años, según Jacques de Maillard, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Versalles-Saint-Quentin. Recordemos que, en 2017, se aprobó una nueva Ley de Seguridad que ampliaba las circunstancias en las que las fuerzas de seguridad podrán hacer uso de sus armas de fuego.
En respuesta a las protestas de los últimos días, el gobierno francés movilizó alrededor de 40.000 agentes en todo el territorio. Incluso en algunas ciudades, como Clamart, se dispuso un toque de queda en el horario nocturno.
A día de hoy, los disturbios han dejado un saldo de casi 3500 detenidos, 12.200 autos incendiados y 1100 edificios dañados, entre los que se encuentran comisarías y escuelas. Esto provocó que el presidente de Francia, Emmanuel Macron, se vea obligado a anunciar una ley que tendrá como objetivo acortar los plazos para reparar los daños provocados por los disturbios.
Durante el último tiempo, las noticias sobre protestas en el país galo se han vuelto moneda corriente. Quizás las más recordadas sean las de marzo de este año, contra la reforma del sistema de pensiones que impulsó el gobierno. Esto demuestra una caída importante en la imagen y un descontento con el gobierno del presidente Macron, la cual ya data de hace tiempo, lo que se puede corroborar al analizar su desempeño electoral en las últimas dos elecciones presidenciales.
En la segunda vuelta de los comicios celebrados en 2017, el actual presidente logró obtener un 66,10% del electorado, contra el 33.90% de su contrincante del Frente Nacional, Marine Le Pen. En la segunda vuelta de las últimas elecciones de 2022, Macron alcanzó un 58.54 %, con una diferencia que se achicó al 17,08% con Le Pen, quien volvió a ser su adversaria.
Una sociedad dividida
El componente racial cumple quizás uno de los roles más importantes a la hora de explicar este fenómeno. Desde el siglo XVI hasta fines del siglo XX, Francia ha sido una de las principales potencias coloniales, y estos hechos tienen su reflejo en la sociedad actual. A su vez, los altos niveles de inmigración que ha recibido el país (gran parte en carácter de refugiados) han servido para que ciertos sectores refloten discursos racistas en contra de estas personas. Esto ha atravesado a gran parte de la ciudadanía francesa, como se puede observar en el crecimiento que Le Pen ha tenido en términos electorales, ya que es la principal portavoz de este tipo de ideas en el país. Esto tiene también sus consecuencias tangibles, un estudio del Defensor de Derechos Humanos en Francia, determinó que los jóvenes percibidos como afrodescendientes o árabes tienen 20 veces más probabilidades de ser detenidos por la Policía.
Si bien en los últimos días los niveles de tensión comenzaron a disminuir paulatinamente, las cuestiones de fondo que representan el origen de estas protestas están lejos de ser solventadas.
El caso de los controles es solo un ejemplo del funcionamiento de un servicio policial que ha logrado ocupar un lugar de desprecio para gran parte de la sociedad. El escenario no pinta bien para una administración que no ha recibido sino golpes en el último tiempo.
Históricamente, la sociedad francesa ha utilizado la protesta pacífica como un método para hacer oír su voz, sin embargo, los niveles de violencia observados durante la última semana han llamado la atención a nivel internacional. No se descarta que, en caso de darse nuevas protestas, estas adquieran niveles de violencia similares o incluso mayores a las actuales. El gran desafío será entonces recomponer la relación entre las fuerzas de seguridad y los ciudadanos, un objetivo que, por ahora, parece inalcanzable.
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