El escenario mundial actual nos invita a posar nuestros ojos en la perspectiva global a la que apunta China. Sin dudas, el gigante oriental se perfila como el máximo competidor a la hegemonía estadounidense resultante de la post Guerra Fría. No obstante, el gobierno chino es plenamente consciente de que, además de su expansión diplomática y económica por el mundo, debe tomar los recaudos necesarios para asegurar su posición regional, con el objetivo de evitar cualquier tipo de sobresaltos y construir una zona segura de influencia en oriente.
Por desgracia para el gobierno de Pekín, esta tarea se torna en una odisea cuando se tiene en cuenta a sus vecinos, históricamente emparentados con bandos opuestos y reticentes a permitir una hegemonía regional china. Si el país a los mandos de Xi Jinping quiere demostrar su valía como potencial hegemón mundial, deberá estar a la altura de los imprevistos que le presente la diplomacia asiática. En este sentido, un buen punto de partida en el que Pekín puede apoyarse es en el reclamo territorial de las Islas Senkaku.
Las Islas Senkaku son un archipiélago bajo soberanía japonesa, ubicado en el Mar de China Oriental, en el extremo oeste de las Islas de Nansei Shoto. Las Islas Senkaku están situadas aproximadamente a 170 km de Taiwán y a 330 km de China continental. El caso de las Islas Senkaku (para Japón) o Islas Diaoyu (como se conocen en China) es un buen laboratorio para probar el funcionamiento de la diplomacia en la región y para poder obtener muestras de cómo el desarrollo histórico de la diplomacia en Asia-Pacífico ha evolucionado hasta llegar a la situación actual, con un panorama que posiciona a China en el lugar de quien debe tomar las riendas de la diplomacia asiática.
Claves históricas para entender la actualidad diplomática en la región
El primer obstáculo que China enfrenta en su búsqueda del ejercicio del dominio en Asia es Japón. Si bien, históricamente, las relaciones diplomáticas sino-japonesas han tenido altibajos muy marcados, se podría argumentar que a día de hoy, los lazos económicos que los emparentan producen un respeto mutuo que sostiene la cordialidad en Asia-Pacífico. Según datos del Observatorio de Complejidad Económica, el comercio bilateral entre ambos alcanza la suma de 153 mil millones de dólares anuales, siendo comercializados principalmente maquinaria industrial, circuitos integrados y semiconductores. Sin embargo, los lazos económicos que la unen con Japón podrían pasar a segundo plano dada la compleja red de acuerdos comerciales y financieros que China ha desarrollado en todo el mundo, evitando así la dependencia económica de un solo socio comercial. Por lo tanto, es de esperar que esta situación de relativa pasividad pueda modificarse en un momento dado.
Para entender cómo la situación diplomática de la región llegó a este punto, es necesario hacer un breve repaso por los momentos claves que signaron la política exterior de las principales potencias de Asia. El curso de la diplomacia bilateral entre estos dos países modifica su rumbo a cada paso que dan sus gobiernos. La postura política de Japón tras la Segunda Guerra Mundial lo indujo a intentar convertirse en un garante de la paz, impulsado por la vergüenza y el arrepentimiento de lo que fue su imperialismo exacerbado. Con esta nueva concepción de la política mundial se encaraba la Guerra Fría. La inviabilidad de su ejército para ser parte neutral en el conflicto, sumado al apoyo financiero proveniente de Estados Unidos para la reconstrucción del país, llevó a que los nipones tomaran un papel importante durante los años siguientes, posicionándose como el bastión del modelo capitalista occidental en Asia. El problema surgiría una vez acabado el conflicto bipolar: sin un enemigo real en la región y sin la necesidad de seguir siendo un apoyo vital para Estados Unidos, se planteó en la política nipona el debate entre apostar por un rearme que permitiese ganar influencia específica en la zona, apartándose de la sombra norteamericana, o por otro lado, apostar a seguir siendo un Estado pacifista centrado en el desarrollo tecnológico y científico.
Mientras tanto, desde Pekín, el curso de los hechos fue diferente: tras el período de relativo aislamiento que significó el mandato de Mao Zedong, a partir del año 1979, con las reformas de Deng Xiaoping, China volvió a ser un partícipe activo de la diplomacia mundial. Como sostiene Carlos Perez Llana, Doctor en Relaciones Internacionales y Ciencias Políticas, en el caso chino, el debate en un primer momento se articuló entre llevar a cabo una postura militarista, con intervención activa en conflictos regionales y atentando contra las minorías étnicas al interior de la propia China, o en contraposición, con la demostración de una “diplomacia musculosa”. Esto significó utilizar las herramientas del derecho internacional, las instituciones internacionales y la negociación diplomática en pos de preservar su integridad territorial, a la vez que se buscaba respaldar las negociaciones con la amenaza de movilizar un ejército cada vez más equipado y numeroso. A día de hoy, el fortalecimiento económico de China, posiciona al país como la principal potencia de Asia, y en consecuencia, su desafío será afrontar cada situación que se le presente actuando como tal.
El archipiélago de la discordia: ¿Por qué las potencias asiáticas se lo disputan?
En ese sentido, el reclamo sobre las Islas Senkaku puede significar para China una oportunidad de oro para mostrar al mundo una nueva faceta, con el abandono de la postura militarista y el acople a los métodos de solución de controversias que esperan ver las potencias occidentales.
Aunque los mapas arrojan a simple vista la insignificancia territorial de estas islas, China, Japón y otros estados han demostrado interés en ejercer su soberanía sobre ellas a lo largo de la historia. Los motivos principales por los que los países desean tener el control sobre las Islas Senkaku se basan en su ubicación estratégica y sus recursos naturales.
Las islas cuentan con una dotación importante de recursos naturales tales como gas y petróleo, lo que les da un atractivo particular para que los estados de la región debatan por ellas. Por otro lado, la riqueza de las islas también pasa por los recursos pesqueros de sus costas. Tanto para Japón como para China, la pesca significa una actividad económica importantísima para sus sociedades, y obtener exclusividad de extracción sobre esas aguas significa ganar mercado frente al sector pesquero del país vecino, siendo esta una motivación extra para demostrar interés en el archipiélago deshabitado.
Dejando de lado cuestiones económicas, la posesión de las islas trae aparejadas grandes ventajas geopolíticas y simbólicas. Por un lado, estas islas tienen una gran importancia geoestratégica debido a que se encuentran ubicadas en una de las rutas de navegación internacional y de transporte marítimo más valiosos del mundo. En cambio, el control efectivo sobre las islas altera el trayecto de los límites nacionales entre países en la región, dado que su soberanía extiende las áreas económicas exclusivas y las aguas territoriales, limitando de esta manera la libre circulación de embarcaciones extranjeras por sus costas. Además, las islas también tienen un valor simbólico y emocional para los países que las reclaman. Tanto de un lado como del otro afirman que las mismas son parte de su territorio histórico e inalienable, se apela al reconocimiento de la integridad territorial y a cada interpretación de la historia de sus naciones.
El rompecabezas diplomático que China deberá resolver: Japón y otros problemas
Ante la necesidad de demostrar su estatus de hegemón regional, y recuperando la tesis de la “diplomacia musculosa”, el gobierno chino ha aumentado su presencia en la zona contigua a las Islas Senkaku, tensando de esta manera la situación. En los últimos años, se han registrado numerosos incidentes y enfrentamientos entre barcos de pesca chinos, taiwaneses y barcos de patrulla japoneses. Además, China ha establecido una zona de identificación de defensa aérea en el Mar de China Oriental, lo que ha generado preocupaciones sobre la libertad de vuelo en la zona, despertando nuevas tensiones en la región de Asia-Pacífico y atrayendo el interés de la comunidad internacional por la diplomacia en la región.
A pesar de su proximidad al territorio chino, hoy en día las islas están administradas por el gobierno de Japón, quien ha otorgado la concesión de la propiedad de algunas de ellas a empresas privadas japonesas. De acuerdo con el Ministerio de Asuntos Exteriores de Japón, el país del sol naciente adoptó una decisión legal y consensuada en el Consejo de Ministros el 14 de enero de 1895 para incorporar formalmente las Islas Senkaku al territorio japonés, después de haberse cerciorado minuciosamente de que ningún Estado, incluida la Dinastía Qing de China, hubiera ejercido control sobre las Islas anteriormente. De este modo, el gobierno japonés alega que se actuó de manera correcta para adquirir debidamente la soberanía territorial de acuerdo con el Derecho Internacional, por lo tanto, no reconoce ningún tipo de controversia acerca de la propiedad de las islas.
Por su parte, China reclama la soberanía sobre las islas Senkaku (Diaoyu) argumentando que fue el país que las descubrió y el primero en darle una denominación a las islas, así como también en ejercer la administración de todos los territorios de la región, -en su mayoría pequeños islotes deshabitados- que le habían sido despojados en el pasado por el Japón imperialista. Además, el gobierno chino emitió en septiembre de 2012 el libro blanco titulado “Diaoyu Dao, territorio inherente a China”, en el que reivindica su soberanía sobre las islas Diaoyu, mostrando con argumentos históricos, geográficos y jurídicos su posición al respecto.
Hasta aquí podría parecer una disputa territorial normal, como tantas otras que se desarrollan en el mundo, sin embargo, en el caso expuesto entran en juego dos actores que dificultan aún más la resolución del conflicto: Por un lado, Taiwán, quien en su posición de proclamarse como la verdadera y única China, reclama las Islas Senkaku (a las cuales llama Diaoyutai) como propias, basándose en su interpretación de la historia y la geografía, argumentando que las islas fueron parte de China desde la antigüedad, la China que llegó a ser regida por el gobierno que luego sería exiliado a la isla de Taiwán.
Mientras que la otra parte que hace mella en el conflicto es Estados Unidos, quien ocupara las islas tras la victoria en la Segunda Guerra Mundial amparándose en la Conferencia de Potsdam, para luego encender la llama de la disputa cuando, en 1971, firmó el Acuerdo de Reversión de Okinawa con Japón, mediante el cual cedió oficialmente el control de las islas de Okinawa a los nipones, en el que se incluyeron las Senkaku. Este movimiento se realizó en el marco de un acuerdo de seguridad entre ambas naciones con vistas al fortalecimiento del bloque occidental durante la guerra fría en Asia.
Se observa así cómo, si bien hay por lo menos cuatro partes implicadas en el conflicto, cada una con sus intereses propios, el mayor perjudicado de la disputa territorial a las claras parece ser la República Popular China, quien debe hacer frente en sus reclamos ante tres estados que harán todo lo posible por limitar su expansionismo.
Una posibilidad de oro para China: ¿Cómo podría sacar el mayor provecho de la situación?
Considerando que la disputa por las Islas Senkaku es un conflicto de larga data, la actualidad invita a preguntarse si este es el primer momento en su historia en el que pueden ser consideradas una hipótesis de conflicto. Aunque con un peso menor si tenemos en cuenta las pretensiones a nivel global de China, las decisiones en torno a las Senkaku (Diaoyu) pueden ser un golpe sobre el tablero de la diplomacia asiática que reafirmen las aspiraciones del gigante oriental.
De este modo, surgen algunas interrogantes sobre las posibilidades y el rumbo de las acciones que pueden tomar los reclamos territoriales chinos: Por un lado, ¿En qué momento Xi Jinping comenzará a utilizar los reclamos sobre las islas Senkaku a su favor? El gobierno chino tiene en sus manos una importante herramienta de negociación, ya que tiene la capacidad de sobrellevar, sin mayores problemas, los costos de no poseer la soberanía sobre las islas. De este modo, si aceptara abandonar o flexibilizar ciertos reclamos sobre las mismas, podría obtener concesiones en otras temáticas que puedan significar de mayor interés en sus pretensiones.
Por otra parte, cae de maduro preguntarse acerca del rol de Estados Unidos en la región. A Washington no le es favorable ninguno de los escenarios posibles. Una China llevando a la fuerza sus reclamos territoriales se traduciría en un actor con capacidad de movilizar sus recursos en pos de la protección de sus intereses, sin temor a las posibles represalias y dando demostraciones de su superioridad armamentística en la región. En tanto que, sí, por el contrario, lograse un resultado positivo por medio del ejercicio diplomático, también sería una victoria tanto en términos reales como de manera simbólica para la administración China, realzando su autoridad en Asia-Pacífico y mandando un mensaje claro a la comunidad internacional. Demostrando que alcanzó la madurez suficiente como para que estos pequeños detalles diplomáticos no se interpongan en su aplastante crecimiento mundial.
Es así como, decantándose por la segunda opción, el gobierno chino lograría alcanzar una mejor situación, dado que sacaría provecho de una disputa diplomática en la que no lleva la delantera. Con el objetivo de proyectar la imagen de potencia que viene construyendo en las últimas décadas, China deberá aplazar la posibilidad de un enfrentamiento armado al nivel de último recurso. De acuerdo a la lógica que rige las Relaciones Internacionales en este nuevo siglo, la resolución de la disputa por las Islas Senkaku (Diaoyu) requiere maniobras diplomáticas cuidadosas, adherencia al derecho internacional y un compromiso con las negociaciones pacíficas. China tiene la oportunidad de demostrar sus capacidades como potencia mundial al abordar la disputa con diplomacia, restricción y respeto por las normas internacionales. La participación de la comunidad internacional y una comprensión integral de los contextos históricos y estratégicos son esenciales para encontrar una solución favorable y pacífica a esta disputa diplomática.
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Excelente artículo que nos ilustra claramente los mecanismos actuales de política exterior en los países de extremo Oriente