En marzo de 2022, el gobierno argentino acordó un Programa de Facilidades Extendidas (EFF) con el Fondo Monetario Internacional (FMI) para refinanciar la deuda de USD 45.000 millones contraída por la administración de Macri en 2018, la cual presentaba vencimientos concentrados, principalmente, en los años 2022 y 2023. No obstante, las sucesivas dificultades que presenta el Banco Central argentino a la hora de intentar hacer frente a las constantes pérdidas de reservas, obliga a reconsiderar este acuerdo de refinanciación e introduce nuevas opciones monetarias para hacer frente a los pagos.
El Programa de Facilidades Extendidas estableció revisiones trimestrales por un período de 30 meses, mediante las cuales el FMI evalúa el desempeño argentino, antes de aprobar nuevos desembolsos, en lo contendiente al déficit fiscal, la asistencia del Banco Central al Tesoro y la acumulación de reservas netas (metas que Argentina viene incumpliendo). El período de repago de cada desembolso es de 10 años, con un período de gracia de 4 años y medio, es decir, Argentina comenzaría a realizar los pagos a partir de 2026 y finalizaría en 2034.
Sin embargo, en vistas de la quinta verificación trimestral, los arduos desafíos macroeconómicos que enfrenta Argentina (principalmente, el contexto inflacionario y la inestabilidad cambiaria) sumados a los problemas contingentes derivados de la sequía (se estiman pérdidas por USD 18.000 millones), dificultan la tarea de que el país pueda encaminarse en un proceso de acumulación de reservas que otorgue mayor autonomía en la toma de decisiones. En este sentido, la falta de solvencia imposibilita desarrollar una política expansiva que permita el aumento de la inversión pública, esencialmente, en infraestructura y ciencia y tecnología, de manera tal que se impulse la actividad económica de forma sostenida (y sostenible) en el tiempo.
En definitiva, no resolver los denominados “cuellos de botella” a largo plazo (problema estructural de la economía argentina) imposibilita la generación de dólares “genuinos”, es por esto que, en un contexto en el que las reservas netas del Banco Central se encuentran en un mínimo histórico (negativas en USD 6.000 millones, lo que también alimenta la posibilidad de una corrida financiera a razón del año electoral), el ministro de Economía, Sergio Massa, trabaja en la urgente necesidad de reformular el acuerdo de Facilidades Extendidas con el FMI (quien también considera necesario hacerlo) buscando la flexibilización de las metas vigentes, a la vez que, se introducen nuevas opciones monetarias para cumplir con el pago de los vencimientos de deuda con dicho organismo.
Argentina no utilizó dólares de sus reservas para hacer frente a un vencimiento con el FMI a fines de junio pasado, sino que lo hizo, por primera vez en la historia, parcialmente con yuanes provenientes del swap con China (la otra parte se completó con DEG), por lo que se especula que pueda seguir utilizando la moneda china para pagos futuros.
Si bien la vocera del FMI, Julie Kozack, días atrás negó la supuesta presión de China (mediante una carta al directorio del FMI) para que Argentina pueda cumplir sus obligaciones financieras en yuanes de no concretarse un entendimiento con el Fondo, a la vez que, sostuvo que el yuan es una de las cinco divisas que los países pueden utilizar para cumplir con sus obligaciones con dicho organismo, cabe recordar que el FMI es, en última instancia, un organismo de disciplinamiento político y no uno meramente financiero, por lo que la estrategia de utilizar yuanes para cumplir con los vencimientos siempre estará subordinada a que el Fondo acepte los pagos en esa divisa.
¿Todos los caminos conducen a China?
Uno de los principales intereses del gigante asiático a la hora de estrechar lazos con diversos países del mundo (principalmente, de África, Asía y Latinoamérica y, particularmente, países con vastos recursos naturales) es el hecho de colocar al yuan como moneda de intercambio global. En este sentido, China facilita la utilización de su moneda para realizar intercambios comerciales, a la vez que, también intenta que el yuan se emplee como moneda de ahorro (el BCRA ya habilitó al yuan como moneda admitida para la captación de depósitos en cajas de ahorro y cuentas corrientes). En el caso particular de Argentina, este interés de China confluye con la necesidad de divisas del país, por lo que el yuan pasa a tener el mismo tratamiento que hoy en día tiene el dólar, lo que nos hace pensar en el avance hacia una economía trimonetaria: pesos, dólares y yuanes.
El último acuerdo entre el Banco Central de la República Argentina y el Banco Popular de China, se celebró en el año 2020, siendo renovado a principios de junio de este año por 3 años más y con posibilidad de prorrogarse (independientemente de que Argentina acuerde o no con el FMI). Esta última renovación permitió la ampliación de reservas en yuanes a 130.000 millones, el equivalente a unos USD 18.000 millones, de los cuales Argentina tiene el equivalente a USD 10.000 millones (la misma cifra que negocia Massa con el FMI) con libre disponibilidad autorizada para realizar transacciones comerciales bilaterales con China, intervenir en el mercado de cambios local o pagar deuda (por ejemplo, el equivalente a unos USD 3.000 millones ya se habrían utilizado para pagarle al FMI a fines de junio pasado).
Ahora bien, de continuar el ritmo de utilización actual por parte del Banco Central (interviene en el mercado de cambios a razón de USD 100 millones por día), el swap chino equivalente a USD 10.000 millones no tendrá vida más allá de septiembre, por lo que la necesidad de acordar con el Fondo toma un carácter aún más urgente, sobre todo en vistas a los vencimientos entre septiembre y principios de noviembre. Por otra parte, en caso de que fracasen los intentos de lograr un nuevo entendimiento (lo que no exime a Argentina de continuar cancelando vencimientos con el FMI para evitar caer en retrasos), existe la posibilidad de negociar con Pekín la ampliación de libre disponibilidad hasta el monto total del swap, lo que serviría para hacer frente a las obligaciones con el FMI, al menos, hasta principios de noviembre.
Cabe remarcar que, en la actualidad, los yuanes del swap con China configuran más de la mitad de las reservas brutas del Banco Central argentino, pero continuar con la estrategia de pago con yuanes conlleva sus riesgos implícitos. En primer lugar, el riesgo vinculado a la tasa de interés, dado que los yuanes deben ser devueltos abonando un interés fijado por el Banco Popular de China. Por otra parte, el riesgo cambiario se hace presente debido a que, eventualmente, la divisa china puede apreciarse o los constantes saltos del tipo de cambio en el país pueden generar un peso mayor sobre la obligación financiera.
Es evidente que el rol de China como prestamista de última instancia, principalmente, en países de economías emergentes, ha crecido significativamente durante los últimos años, a la vez que, ha crecido también su influencia política sobre ellos. En definitiva, si bien la ampliación del intercambio de monedas con China oficia de salvavidas en un contexto de escasez de divisas, el riesgo mayor que implica la utilización desmedida del swap con China se puede ver reflejado en la eventual dependencia de Argentina hacia el gigante asiático, es decir, en un intento de desligarse del “norte”, el impacto en la soberanía puede condicionar al país a la dependencia del “sur”.
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