Durante una cumbre reciente que congregó a líderes europeos y sus homólogos de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), la Unión Europea emitió una declaración en la que se mencionaban las “Islas Malvinas”.
El propósito central de esta cumbre consistió en revitalizar las relaciones económicas y diplomáticas entre Europa y los países miembros de la CELAC. La declaración conjunta que emergió al final del evento fue suscrita tanto por los 27 estados miembros de la Unión Europea como por 32 naciones pertenecientes a la CELAC.
Aunque carece de carácter legal vinculante, el hecho de que se haya hecho referencia a las islas utilizando tanto su denominación en español como en inglés conlleva una connotación de profunda significación. Este enfoque se materializó a pesar de los vanos intentos del secretario de Asuntos Exteriores del Reino Unido, James Cleverly, por evitar que se mencionaran las islas en dicha declaración, lo cual ha generado cierta contrariedad en el Reino Unido.
Desde el año 1833, el archipiélago de las Malvinas ha sido objeto de disputa entre el Reino Unido y Argentina. Esta controversia se puso de manifiesto claramente a través de las respuestas de sus respectivos gobiernos ante la declaración en cuestión. Mientras que el primer ministro británico, Rishi Sunak, lamentó la “desafortunada elección de palabras” por parte de la UE, el Ministro de Relaciones Exteriores argentino, Santiago Cafiero, al parecer, aplaudió la disposición de la UE de “tomar nota” del reclamo territorial de su país como un “triunfo de la diplomacia argentina“.
A lo largo de un extenso período, Argentina ha abogado por el diálogo y la negociación en relación con esta disputa territorial. Por otro lado, el Reino Unido ha mantenido de forma coherente que las islas son parte de su soberanía, lo cual ha sido respaldado mediante la votación de los habitantes del archipiélago.
Este episodio reciente subraya cómo la influencia del Reino Unido en los asuntos de la Unión Europea ha experimentado una disminución tras el proceso de Brexit. A partir de entonces, la Unión Europea ha afirmado que su posición con respecto a las islas permanece inalterada, reconociendo la soberanía británica. Sin embargo, resulta notable el cambio en el lenguaje empleado. Al abordar las islas utilizando ambos nombres, se sugiere que ambas denominaciones poseen igual validez. El gobierno del Reino Unido ha enfatizado que el uso del término empleado por Argentina implica un cuestionamiento a su soberanía, y ha señalado que esto implica un distanciamiento de la tradicional alineación de la Unión Europea con la postura británica. En este sentido, un funcionario de la Unión Europea comentó: “El Reino Unido ya no es parte de la UE. Están molestos por el uso de la palabra ‘Malvinas’. Si aún formaran parte de la UE, posiblemente habrían rechazado tal enfoque”.
La génesis del nombre del archipiélago
A partir de una investigación, emerge claramente que la retórica de la “posesión legítima” constituye el meollo de esta controversia territorial, y se encuentra intrínsecamente vinculada con el acto de denominar.
Con la irrupción de la era de los descubrimientos europeos en el siglo XVI, la asignación de nombres territoriales cobró un protagonismo central dentro de las prácticas coloniales. Se convirtió en un medio para obtener un control ideológico sobre el territorio, tal como lo expresó el autor británico James Hamilton-Paterson.
Desde el siglo XVI, se utilizaron diversos nombres para referirse al archipiélago (Sebalds, Islas Nuevas, Hawkins Maiden Land), los cuales estaban asociados a diferentes expediciones europeas y a menudo se basaban en avistamientos que no habían sido confirmados. Otros nombres, como Islas Malvinas o les Îles Malouines, cobraron fuerza en los mapas, destacando la relevancia estratégica de la cartografía.
A partir del siglo XIX, los relatos británicos atribuyeron el descubrimiento de las Malvinas al navegante John Davis, quien, según reportes, navegó entre las dos islas principales durante una tormenta en 1592. Sin embargo, esta afirmación ha sido cuestionada por varios expertos.
El primer avistamiento verificable y el trazado preciso se atribuyen al navegante holandés Sebald de Weert en 1600. En enero de 1690, el marinero inglés John Strong llevó a cabo el primer desembarco documentado. Strong navegó por el estrecho entre las dos islas principales, al cual denominó “Falkland Sound” en honor a Anthony Cary, quinto vizconde de Falkland y comisionado del Almirantazgo en ese entonces.
A comienzos del siglo XVIII, comenzó un cambio en la terminología británica. Los mapas elaborados por el astrónomo Edmund Halley evidencian cómo los cartógrafos pasaron de utilizar el nombre “Seebold de Waerds Isles” a “las Malvinas” o “Islas Malvinas”.
En contraste, las expediciones francesas del siglo XVIII inicialmente emplearon el nombre “les Îles Nouvelles” (Islas Nuevas) y luego, a partir de 1722, “les Îles Malouines”, en alusión a Saint-Malo, el puerto bretón desde el cual solían partir las expediciones francesas. De esta última denominación deriva el término en español, “Islas Malvinas”.
Más allá de la geografía
El erudito en literatura Edward Said, en su influyente libro “Cultura e imperialismo” (1993), señala:
“Al igual que ninguno de nosotros se encuentra por fuera o más allá de la geografía, tampoco estamos completamente exentos de la lucha por la geografía. Esta lucha es compleja e interesante, ya que no involucra únicamente a soldados y armas, sino también a ideas, formas, imágenes e imaginaciones.”
Las islas siempre han estado dotadas de una cierta cualidad quimérica. A lo largo de la historia, han surgido y desaparecido numerosas islas imaginarias, como Hy-Brasil, que supuestamente se encontraba frente a la costa de Irlanda, y St. Brendan’s, que aparecía en algún punto del Atlántico Norte pero jamás fue hallada.
La historia cartográfica demuestra que incluso lugares reales, como la Isla Ascensión, pueden cambiar de forma y posición debido a la dificultad para determinar su ubicación absoluta y sus límites. Los casos de la isla Bermeja (llamada la “isla desaparecida de México”) y la isla Hans en el Ártico, en disputa fronteriza entre Canadá y Dinamarca, por no mencionar las numerosas controversias territoriales en el Mar de China Meridional, confirman que esta situación sigue siendo pertinente en la actualidad.
Los nombres de lugares, o topónimos, a menudo conllevan un significado cultural significativo. Identifican y conectan a las personas con su herencia, brindan un sentido de pertenencia o de alienación, y poseen una carga emocional. Algunos topónimos tienen un mayor peso simbólico o histórico que otros.
El caso de las Malvinas ejemplifica este punto. Teslyn Barkman, vicepresidenta de la Asamblea Legislativa de las Islas Malvinas, instó a la UE a “respetar los deseos de los isleños de las Malvinas y referirse a nosotros por nuestro nombre propio“.
No obstante, el hecho de que esta disputa territorial se mencione en la declaración de la UE demuestra que, después del Brexit, Bruselas ya no siente la necesidad de alinearse con el Reino Unido en esta cuestión de soberanía. Esto sugiere que la UE está dispuesta a considerar futuras discusiones.
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Cada vez que recibo las noticias de la querida FUNDACIÓN MALVINAS siento que es como recibir noticias de los hijos y nietos que tengo lejos, a miles kilómetros. Una cálida corriente inunda mi pecho, me rodea, me reconforta y refuerza mi convencimiento que si bien hemos perdido una batalla, la lucha continúa. ¡No olvidar, es la consigna! Fuerte abrazo a todos los Malvineros que no tuvimos la suerte de ser movilizados para la gesta del 2 de Abril de 1982.