En el Cáucaso meridional, la república democrática de Armenia perdió hace tres años una guerra breve pero devastadora contra Azerbaiyán, su vecino más grande y rico.
La población de Nagorno-Karabaj, cada vez más desesperada, es la que más sufre esta derrota. Conocido por los armenios como Artsaj, el enclave, de población armenia, pero dentro del territorio de Azerbaiyán, está siendo sometido a un devastador bloqueo de ya casi un año de duración que ha impedido que lleguen alimentos y suministros médicos a sus 120.000 residentes. En palabras de un ex fiscal de la Corte Penal Internacional, Luis María Ocampo, lo que está ocurriendo puede equivaler a un “genocidio”. El 16 de agosto pasado, el Consejo de Seguridad de la ONU celebró una reunión extraordinaria tras un llamamiento del embajador armenio para que la comunidad internacional actuara y ayudara a una región “al borde de una catástrofe humanitaria en toda regla”.
El destino de Nagorno-Karabaj está ligado no solo a sus vecinos en guerra, sino a las preocupaciones geopolíticas de las dos potencias -una regional, la otra mundial- que mejor podrían intervenir. Con Rusia y Estados Unidos preocupados en otros lugares, la asfixia de Nagorno-Karabaj está siendo ignorada en gran medida.
Alberto Fernández ayer, hablando frente a la Asamblea de las Naciones Unidas, fue el único presidente que se refirió a este conflicto criticando el bloqueo azerbaiyano y llamando la atención sobre el tema a toda la comunidad internacional que lo escuchaba. La comunidad armenia es muy grande en nuestro país, alrededor de 100.000 viven en la Argentina hoy, siendo la comunidad armenia más grande de América Latina y la 10° en el mundo. Es por eso por lo que quizás nos preocupa e interesa a muchos argentinos el destino de este pequeño país de unos 3 millones de habitantes instalado en el corazón de Asia, es decir, al otro lado del mundo. También nos interesa porque los sucesos actuales nos generan preocupación. Estamos camino a un nuevo genocidio y pocos parecen percatarse de la gravedad del asunto.
En el ajedrez hay veces que la partida finaliza, pero aun el juego aparentemente no está terminado, aunque un jugador avezado podría ver que el fin del juego se encuentra dos, tres o cuatro movidas más adelante. En términos de geopolítica, Azerbaiyán dio jaque mate a Armenia hace años. El problema es que Erevan (Armenia) se ha dado cuenta muy tarde.
Este drama geopolítico lleva años, pero en el último tiempo ha visto recrudecer las tensiones entre Armenia y Azerbaiyán, lo cual va a traer cambios importantes en el mapa de la región y en las alianzas que existen en la actualidad por esos lares.
Además de los dos actores principales ya mencionados, tenemos otros actores que son relevantes. Rusia, Irán, Turquía y los EE. UU. Turquía es un aliado incondicional de Azerbaiyán, mientras que Rusia e Irán han sido aliados de Armenia. Aunque en el último tiempo Armenia está intentando salirse de la órbita rusa para caer en los brazos de los designios de la política exterior norteamericana.
El legado soviético
La crisis actual lleva décadas gestándose. Nagorno-Karabaj fue consecuencia de la política soviética que reconoció la autonomía de la región a principios de los años veinte.
A finales de la década de 1980, cuando la URSS empezó a desmoronarse, los armenios exigieron que Nagorno Karabaj se uniera a su república. Indignados por las demandas y manifestaciones armenias, estallaron pogromos azerbaiyanos contra armenios en una ciudad industrial azerbaiyana, Sumgait, lejos de Nagorno-Karabaj, y en la capital, Bakú, a los que siguieron limpiezas étnicas en ambos bandos.
La violencia degeneró en la Primera Guerra del Karabaj. Un armisticio de 1994, mediado por Rusia, zanjó la cuestión durante 26 años, con Armenia, quien obtuvo la victoria militar, controlando la región. Para entonces, Nagorno-Karabaj había declarado su independencia, aunque ningún país -ni siquiera Armenia- la reconocía formalmente. Para gran parte de la comunidad internacional, el principio de integridad territorial favorecía las pretensiones de Azerbaiyán. Los armenios contraatacaron apelando al principio de autodeterminación nacional de la región.
En esas décadas, los armenios invadieron y ampliaron su dominio sobre otras partes de Azerbaiyán, obligando a cerca de un millón de azerbaiyanos a abandonar sus hogares y convirtiéndose en desplazados en su propio país. Mientras tanto, cientos de miles de armenios huyeron de Azerbaiyán para evitar más violencia por parte de los enfurecidos y amargados azerbaiyanos. Y ahí quedó el conflicto congelado, sin que ninguna de las partes estuviera dispuesta a llegar a los compromisos necesarios para resolver sus disputas.
La revancha de Azerbaiyán
Pero el tiempo favoreció a Azerbaiyán, con sus riquezas petrolíferas y su leal aliado Turquía, suministrando armas cada vez más sofisticadas. En 2020, el autocrático líder azerí Ilham Aliyev lanzó un ataque contra las fuerzas armenias, desencadenando la Segunda Guerra del Karabaj. Ayudadas por drones turcos, armas israelíes y mercenarios sirios, las fuerzas azerbaiyanas derrotaron a las armenias. Tras 44 días de brutal derramamiento de sangre, el gobierno armenio de Nikol Pashinyan, elegido democráticamente, se vio obligado a aceptar un alto el fuego mediado por su poderoso aliado regional, Rusia.
Pero como la Rusia de Vladímir Putin pronto se vio inmersa en su Operación Militar Especial contra Ucrania, y de forma indirecta contra la OTAN (últimamente ya no tan indirecta) las fuerzas azerbaiyanas cruzaron repetidamente la frontera con Armenia. Y luego, en diciembre de 2022, los azerbaiyanos bloquearon el corredor de Lachin, la única vía de acceso efectiva desde Armenia a Nagorno-Karabaj. Disfrazado de protesta ecológica contra la explotación minera armenia de la región, los armenios entendieron que el bloqueo tenía como objetivo destruir Nagorno Karabaj y expulsar a los últimos armenios de Azerbaiyán. El bloqueo ha durado ya ocho meses, atrapando a los armenios de Nagorno-Karabaj con suministros cada vez más escasos de alimentos y medicinas.
Nikol Pashinyan, acusó el jueves pasado a Azerbaiyán de aumentar sus tropas a lo largo de la línea de contacto en la región disputada de Nagorno-Karabaj y la frontera armenio-azerbaiyana. La semana pasada, tanto Ereván como Bakú (Azerbaiyán) informaron de víctimas tras intensos bombardeos cerca de su frontera común. La escalada se produce en medio de una crisis continua sobre Nagorno-Karabaj, en la que Ereván y las autoridades locales de etnia armenia acusan a Bakú de continuar su “bloqueo ilegal” de la región, lo que sigue agravando la escasez de alimentos, combustible y medicinas, así como un racionamiento del pan. Azerbaiyán ha justificado su bloqueo durante nueve meses de la autopista que une Armenia con el enclave, reconocido internacionalmente como parte de Azerbaiyán, pero poblado por unos 120.000 armenios étnicos, alegando que Armenia utilizaba la carretera para suministrar armas a Karabaj, lo que Armenia niega. El crítico corredor de Lachin es la única vía de comunicación entre Armenia y Nagorno-Karabaj.
Las tensiones han aumentado desde que las fuerzas armenias se encuentran celebrando un ejercicio de guerra conjunto con las fuerzas de la OTAN desde el 11 de septiembre, el mismo finalizará el día 20 de este mes, el ejercicio, denominado Eagle Partner 2023, tiene el objetivo de aumentar el nivel de interoperabilidad de las unidades que participan en misiones internacionales de mantenimiento de la paz.
¿Soluciones?
La situación es calamitosa y no existe una solución militar dirigida por los armenios a la disputa de Nagorno Karabaj que acabe bien para ellos. Una tercera guerra a gran escala en el Cáucaso Sur sería devastadora para Armenia, que no tiene salida al mar, y aún peor para los armenios de Artsaj.
Cada día que pasa, la mano de Armenia se debilita, mientras que la posición negociadora de Azerbaiyán mejora. La retórica del presidente azerbaiyano Ilham Aliyev ha pasado de conceder un “estatus especial” a los armenios de Artsaj a la “plena integración” en la sociedad azerí desde que terminó la segunda guerra de Nagorno Karabaj. Habida cuenta del historial de Bakú en materia de derechos humanos y de la armenofobia imperante en Azerbaiyán, es poco probable que esta solución sea beneficiosa para los armenios de Artsaj.
El primer ministro armenio, Nikol Pashinyan, es consciente de la ventaja estratégica de Azerbaiyán sobre Armenia, entiende que Ereván necesita alternativas a Moscú y Teherán para prosperar en el siglo XXI, y ha intentado llegar a acuerdos tanto con Bakú como con Ankara. Días después de declarar que Armenia reconocería la soberanía de Azerbaiyán sobre Nagorno Karabaj, siempre que Bakú respete los derechos de los armenios de Artsaj, Pashinyan asistió a la toma de posesión del presidente turco, Erdogan. Estos avances son pequeños pasos en el largo camino hacia la paz y la reconciliación.
Al momento de redactar esta nota, las autoridades de la República de Artsaj han aceptado las condiciones exigidas por Azerbaiyán respecto a la desmilitarización del enclave. El ejército armenio no ha intervenido. Todo parece indicar que Azerbaiyán se hará con el control del enclave tan deseado después de intentarlo durante los últimos 30 años. El desplazamiento de decenas de miles de armenios que viven en Nagorno Karabaj parece inevitable. Esperemos que el concierto de naciones esté a la altura y evite el genocidio, aunque claramente por historia y por presente eso no parece que fuera a suceder.
Reflexiones finales
Las conclusiones nos llevan, al comienzo, al jaque mate. Es tiempo de que Armenia se dé cuenta de que no le quedan muchas movidas por realizar y que resuelva el conflicto de Nagorno Karabaj, es decir, reconozca la soberanía azerí sobre ese enclave y haga las paces con Bakú. Los políticos cometen errores. Todos los seres humanos los cometen. Pero volver a apostar por un caballo perdedor es un comportamiento de jugador compulsivo, no una receta para el éxito a largo plazo. Pensar a corto plazo solo conducirá a otra guerra. Un camino más brillante, de paz y prosperidad, es posible para aquellos lo suficientemente sabios como para construirlo. Esperemos que el pueblo armenio, tan milenario como resiliente, pueda entenderlo y comenzar a caminar el camino de la paz y la reconstrucción.