“Argentina está a punto de convertirse en el primer país del mundo con un gobierno de orientación libertaria, encabezado por Javier Milei. La nueva gestión busca estrechar vínculos con Estados Unidos y alejarse de China y Brasil, dando prioridad a las relaciones con “democracias liberales” y naciones desarrolladas. Esta política exterior, fuertemente ideologizada, plantea un desafío entre principios y la realidad del poder. En este artículo se analizan las estrategias de autonomía y aquiescencia en la política exterior, comparando la visión de Milei con alternativas históricas. También se indaga si una política ideologizada puede defender los intereses nacionales de un país.”
El primer gobierno de tendencia libertaria del mundo está a punto de asumir el poder. El país espera con ansiedad cómo resolverá los problemas económicos que lo aquejan desde hace más de diez años, y cómo sostendrá sus propuestas en un contexto político en el cual se encuentra en minoría. Esta situación está provocando diversas conjeturas y opiniones.
También se está generando un intenso debate entre los expertos en política internacional sobre cómo el nuevo gobierno libertario conducirá las relaciones exteriores de un país periférico como el nuestro. Aunque el gobierno todavía no comenzó formalmente su gestión, ya se pueden hacer algunos análisis y pronósticos basados en las declaraciones de los actores de la futura administración.
La política exterior del nuevo gobierno de Milei se basa en una visión ideológica que prioriza las relaciones con los países que comparten sus valores, especialmente con los Estados Unidos. Así lo han manifestado el presidente electo y su futura Canciller, Diana Mondino, quienes expresaron su admiración por el modelo de Carlos Menem, a quien consideran “el mejor presidente de la historia”. Esta postura implica una lógica de aquiescencia frente a los intereses y las demandas de la potencia hegemónica, en detrimento de la autonomía y la diversificación de los vínculos internacionales. En este artículo se analizan las implicaciones de esta estrategia de política exterior, contrastándola con otras alternativas históricas y actuales. En última instancia, surge la pregunta fundamental: ¿puede una política exterior fuertemente ideologizada defender eficazmente los intereses nacionales?
Autonomía vs aquiescencia
Para formular la política exterior de un Estado, sus gobernantes deben diseñar una estrategia que oriente la gestión de los asuntos internacionales del país. En este sentido, Russell y Tokatlian resaltan la importancia de la lógica de autonomía y la lógica de aquiescencia como ejes centrales en la definición de la política exterior de las naciones latinoamericanas. Estas estrategias, entendidas como principios rectores, determinan en gran medida las acciones exteriores de los países de la región.
La idea de gran estrategia se expresa como una elaboración intelectual que tiene un impacto decisivo sobre el comportamiento internacional de un país, con el objetivo final de proteger o lograr intereses que se consideran esenciales. Russell y Tokatlian apuntan que ambas estrategias básicas se originan en la situación estructural de subordinación de la región en el sistema internacional. Es pertinente destacar, como señalan los autores, que un mismo país puede haber seguido diferentes orientaciones internacionales en diferentes momentos históricos, ya sea bajo la lógica de autonomía o de aquiescencia.
La lógica de autonomía, a pesar de sus cambios, mantiene ciertos principios fundamentales, y busca alcanzar el desarrollo económico, la paz, la diversificación de las relaciones exteriores, la limitación del poder de las grandes potencias, especialmente de Estados Unidos, y la construcción de un orden internacional más equitativo. Para ello, recurre a instrumentos como el regionalismo, el derecho internacional, los organismos internacionales y el soft power. Un aspecto relevante de esta lógica es su expresión en cuatro opciones estratégicas propuestas por Russell y Tokatlian que orientan la implementación de sus criterios por parte de los países latinoamericanos.
La primera de estas opciones estratégicas es el “soft balancing”. Este concepto implica la restricción del uso del poder y acciones agresivas de las grandes potencias mediante la participación en instituciones internacionales o el recurso a instrumentos legales. Un caso ilustrativo es el manejo de la cuestión de las Malvinas, donde se elige una estrategia multilateral, buscando apoyos internacionales en distintos ámbitos (ONU, G77, CELAC, UNASUR, BRICS), y manteniendo el reclamo por la soberanía de las Islas Malvinas.
La diversificación es la segunda estrategia, que consiste en establecer múltiples vínculos externos para reducir y equilibrar la dependencia de las potencias y su capacidad de influencia. Un caso ilustrativo es el del gobierno argentino con China y Rusia, a las que usó como contrapeso político durante el mandato de Cristina Kirchner. Por una parte, China se convirtió en un socio económico clave, y por otra, la Federación Rusa, con un rol más político, apoyó a Argentina en las negociaciones con los denominados fondos buitre. Sin embargo, esto no significa un alineamiento, ya que el propio gobierno argentino rechazó el referéndum sobre el estatus político de Crimea de 2014 impulsado por Vladimir Putin para anexionarse el territorio ucraniano. Esto habría afectado el reclamo argentino sobre Malvinas y el desconocimiento del referéndum realizado por el gobierno local isleño en 2013.
El repliegue es la tercera estrategia, que supone la renuencia a participar en conflictos externos que generen costos o el compromiso en asuntos internacionales considerados ajenos a los intereses nacionales. Un ejemplo de ello es la postura distante que adoptó el gobierno de Cristina Kirchner respecto a Estados Unidos, con cuestionamientos a la política de seguridad del gobierno estadounidense, defendiendo los principios de soberanía, no injerencia y no intervención, en el caso de la “Primavera Árabe”.
La cuarta y última estrategia busca la unidad colectiva, con el objetivo de aumentar la fuerza y la capacidad de negociación. Argentina participa en iniciativas para crear un orden regional alternativo, como UNASUR y CELAC en el ámbito político y MERCOSUR en el económico.
Por el contrario, la aquiescencia, según Russell y Tokatlian, es una construcción intelectual que surge de la aceptación y asimilación, implícita o explícita, de la posición subordinada de los países latinoamericanos en el orden internacional y su pertenencia a la esfera de influencia de Estados Unidos. Esta estrategia tiene varios objetivos fundamentales: obtener apoyo de Estados Unidos a cambio de deferencia para lograr beneficios materiales o simbólicos; establecer un marco de convivencia estable con Washington basado en la confianza en su capacidad de autocontrol; y garantizar la protección estadounidense para mantener la coalición gobernante.
El “acoplamiento” es la táctica que surge de la lógica de la aquiescencia, y consiste en adaptarse a los intereses y acciones de la potencia hegemónica. El acoplamiento puede implicar desde intervenir militarmente junto a ella hasta apoyarla en las instituciones internacionales. Esta táctica tiene tres dimensiones: la aceptación del statu quo internacional, la coincidencia con los intereses estratégicos vitales de Estados Unidos y el rechazo a los proyectos de integración regional que puedan perjudicar la relación con Washington.
Un caso ejemplar de esta estrategia fue la política exterior del gobierno de Carlos Menem. La relación con Estados Unidos fue el eje principal de la política exterior de ese período. Este enfoque se basó en alinearse con los intereses estratégicos vitales de Estados Unidos, sobre todo en temas sensibles de seguridad global, como la participación de Argentina en la guerra del Golfo. Este acoplamiento a Estados Unidos se expresó en una adhesión incondicional al “mundo occidental” con la esperanza de obtener beneficios simbólicos y materiales privilegiados, como el respaldo de Estados Unidos al flujo financiero internacional y el fomento de inversiones.
El Camino Propuesto
En síntesis, el entorno de Milei expresó, tanto durante la campaña electoral como en el período de transición, su intención de fortalecer los lazos con Estados Unidos, al mismo tiempo que indicó que se producirá un alejamiento de China y Brasil, que son los principales socios comerciales del país. Así, la nueva administración busca consolidar los vínculos con Occidente, dando prioridad a las “democracias liberales” y los países desarrollados que integran ese bloque, como Europa Occidental, Japón, Israel, Australia y Canadá. Esta orientación muestra una actitud de aquiescencia que recuerda a la adoptada durante el gobierno de Carlos Menem, a quien Milei elogiado como “el mejor presidente de la historia”. Esta es la línea que se espera en la nueva política exterior del gobierno libertario.
Ahora bien, la pregunta inicial que se planteaba es si una política exterior ideologizada puede defender eficazmente los intereses nacionales. Mi respuesta es que la política exterior debe basarse en principios sólidos y en un pragmatismo inteligente, como señalaron diversos pensadores, entre ellos el recientemente fallecido Henry Kissinger. Esto implica que los líderes y diplomáticos tengan una visión clara de los valores y objetivos de su nación, y que actúen de manera coherente con ellos. Pero también implica que sean flexibles y adaptables a las realidades cambiantes del mundo, y que reconozcan que los intereses y circunstancias pueden condicionar las decisiones políticas, lo que descarta una estrategia de aquiescencia.
Ser pragmático significa tomar decisiones basadas en la realidad y en un análisis exhaustivo de las implicaciones y consecuencias, no en ideologías preestablecidas. La política no se trata solo de expresar lo que se piensa, sino de comunicar lo necesario para alcanzar los objetivos planteados. Esto requiere comprender que la política va más allá de las creencias individuales y necesita una perspectiva práctica que facilite la búsqueda de un camino para lograr los propósitos deseados.
Si bien el gobierno aún no entró en funciones, la nueva administración del presidente electo Milei debería adoptar una visión más realista y pragmática de las relaciones internacionales, que reconozca la complejidad y la diversidad de los actores y los intereses en juego, buscando una relación equilibrada y respetuosa con los EEUU, y fortaleciendo las alianzas estratégicas con otros países de la región y del mundo.
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milei pode amar os EUA mas fará a cerimônia do beija-mão com xi ji ping, queira ou não.