En el transcurso del último tiempo, el Crimen Organizado en América Latina ha vuelto a ser noticia debido al asesinato de más de 20 candidatos de cara a las recientes elecciones presidenciales en México, a lo largo de los últimos meses. Esto, pese a tratarse de un fenómeno con el cual Sudamérica –lamentablemente- parecería estar familiarizado, ha despertado la preocupación tanto de los ciudadanos como así también, de los distintos gobiernos de la región que parecen –en su gran mayoría- no encontrar las soluciones efectivas para hacerle frente a la inseguridad desprendida del crimen organizado y el narcotráfico que, en muchas ocasiones, van de la mano con la corrupción reinante en el continente.

Crimen Organizado y Narcotráfico, el “feedback” más temido 

Como bien se sabe, América Latina siempre ha estado asociado a casos delictivos relacionados al tráfico de drogas. Tanto es así que, de la misma manera en que hicimos referencia en una columna anterior, en este caso, el aspecto geográfico también juega un rol crucial a la hora de hablar del crimen organizado en América Latina. Decimos esto ya que –desde hace más de cuatro décadas- tres de los mayores productores de cocaína a nivel mundial se encuentran en la región. Hablamos de Bolivia, Perú y nada más ni nada menos que Colombia. Estos tres países aparecen como los principales exportadores de dicha droga con rumbo hacia los Estados Unidos y varios países de Europa –con previa escala en el Sahel africano, obviamente-. 

Sin embargo, nuevas rutas lucrativas predispuestas al tráfico de drogas –como lo son Paraguay y Argentina- han aparecido en este último tiempo, dificultando aún más el ya grave problema de inseguridad en la región. De esta manera, países que antes eran catalogados como “seguros”, han invertido su rol, convirtiéndose en territorios donde la violencia va en aumento. Tal es el caso de Costa Rica y Ecuador, para citar algunos ejemplos.

La seria amenaza que representa el tráfico de drogas en América Latina que -en numerosas ocasiones- ha sido pasada por alto, sumada a las constantes crisis económicas que azotan la región, han dado lugar a otro de los principales problemas que, en la actualidad, están en la mira de los gobiernos latinoamericanos y que deberían resolver antes que el fuego siga expandiéndose. Hablamos del crimen organizado.  

Este fenómeno muchas veces suele alimentarse del narcotráfico y viceversa, tratándose de una retroalimentación muy peligrosa. Sumado a esto, el crimen organizado no solo se limita a relacionarse con el tráfico de estupefacientes, sino que también se vincula con el tráfico de personas, al tráfico de armas, la tala y la minería ilegal, sin dejar de lado los casos de extorsión. 

El Salvador, una verdadera excepción

Paralelamente a los casos mencionados en los párrafos anteriores, también existen aquellos países cuyos gobiernos –y las medidas tomadas por estos- han logrado disminuir la tasa de homicidios tratándose de una verdadera excepción en la región. 

En relación a esto, en el último tiempo, se habló muchísimo del sorprendente caso de El Salvador que, bajo el gobierno del joven Presidente Nayib Bukele, desató una fuerte ofensiva contra los grupos criminales del país caribeño. Tal como lo señaló el presidente salvadoreño, la “guerra” contra los grupos delictivos arraigados en el país se debió a dos razones: por un lado, el fortalecimiento de la policía local; mientras que se duplicó el Ejército nacional. De esa manera, “en un par de semanas, se transformó el país”, destacó Bukele en una entrevista concedida al comentarista político estadounidense Tucker Carlson. 

La verdadera contracara 

Latinoamérica es una región riquísima. No hablamos solamente de los minerales que hay en esta vasta tierra, ni tampoco de la enorme cantidad de recursos naturales que podemos encontrar en nuestro suelo. Si no también de la riquísima cultura y la amplia diversidad cultural que podemos encontrar en América Latina. No obstante, la presencia del crimen organizado y el narcotráfico aparecen para intentar opacar todo lo maravilloso de la región, haciendo que lo mencionado previamente pase a un segundo plano y que, sobre todo, los ciudadanos vivan en un panorama rodeado de inseguridad e incertidumbre ante la poca eficacia de los gobiernos. 

Ante esto, tal como señalamos anteriormente, el caso de El Salvador, pese a ser tildado de polémico en reiteradas ocasiones en lo que respecta al hacinamiento y al trato que reciben los criminales presos, la enorme caída en la tasa de criminalidad bien podría ser un ejemplo a seguir por los países de la región que, si de homicidios hablamos, siguen siendo las más altas del mundo.

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Máximo Alterman
Licenciado en Ciencias Políticas por Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino y maestrando en RRII en la Universidad de Belgrano. Gran interés en Medio Oriente y particularmente, el fenómeno del Terrorismo

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