En vísperas de las próximas elecciones presidenciales en Irán, programadas para el 28 de junio, el país se encuentra en una encrucijada histórica. Tras el fallecimiento del expresidente Ibrahim Raisi en un accidente de helicóptero, la República Islámica afronta no solo la elección de un nuevo mandatario, sino también un giro significativo en la opinión pública respecto a su programa nuclear. Este cambio de paradigma podría redefinir la política doméstica y exterior del país persa en los años venideros.
La contienda electoral se desarrolla bajo la sombra del omnipresente Consejo de Guardianes, el órgano encargado de aprobar las candidaturas. Como es habitual, el proceso de selección ha sido riguroso: más del 90% de los aspirantes fueron descalificados, dejando solo seis candidatos en carrera. Entre los excluidos se encuentran, sin excepción, mujeres, kurdos, árabes y secularistas. Los suníes, minoría religiosa en un país dominado por la corriente chiíta, ni siquiera se molestaron en postularse.
Entre los candidatos y las apatía electoral
El abanico de candidatos refleja las diversas facciones dentro del establishment iraní, aunque todos han jurado lealtad al Líder Supremo, el ayatolá Alí Jamenei. Mohammad Baqer Qalibaf, expresidente del Parlamento y excomandante militar, se perfila como el favorito. Su trayectoria como incondicional del régimen y su parentesco con Jamenei le otorgan ventaja, pese a su historial de derrotas en elecciones previas y las acusaciones de corrupción que pesan sobre él.
No obstante, Qalibaf enfrenta la competencia de otros conservadores como Saeed Jalili, respaldado por el movimiento ultraortodoxo Frente Paydari, Alireza Zakani, actual alcalde de Teherán, y Amir Hossein Ghazizadeh Hashemi, jefe de una organización benéfica gubernamental. Por su parte, Mostafa Pourmohammadi, un clérigo con un pasado controversial en el Ministerio de Inteligencia, se presenta como un conservador pragmático con cierta flexibilidad política.
La nota discordante en este concierto conservador la pone Masoud Pezeshkian. Este cirujano cardíaco, de vestimenta informal y discurso llano, representa una bocanada de aire fresco. Pezeshkian, que proviene de la minoría turca del noroeste iraní, ha criticado abiertamente la represión de las protestas ciudadanas y defiende los derechos de las minorías étnicas. Su candidatura, apoyada por el bloque reformista, busca reconectar a Irán con Occidente.
Sin embargo, el verdadero desafío trasciende a los candidatos: se trata de motivar a un electorado cansado y frustrado con el régimen de la República Islámica. La participación en los comicios de legislativos de este año marcó un mínimo histórico, y nada indica que esta tendencia vaya a revertirse. Los iraníes, desilusionados por promesas incumplidas y esperanzas frustradas, parecen cada vez más apáticos ante las urnas.
Irán y la bomba nuclear
Pero mientras el interés por las elecciones decrece, una nueva corriente de opinión gana fuerza: el apoyo ciudadano al desarrollo de armas nucleares. Una reciente encuesta realizada entre febrero y mayo revela un cambio sísmico en la percepción pública. Si bien el respaldo al uso pacífico de la energía nuclear se mantiene alto (92%), lo novedoso es que más del 69% de los encuestados apoya ahora que Irán posea arsenal nuclear, un giro radical respecto a sondeos anteriores.
La escalada de tensiones con Israel, que incluyó ataques mutuos en abril, parece haber endurecido las actitudes: el porcentaje de iraníes “muy de acuerdo” con la posesión de armas nucleares saltó del 40% al 48% tras estos incidentes.
El debate sobre la nuclearización militar de Irán ya no es tabú. Académicos, periodistas y activistas discuten abiertamente, especialmente en redes sociales y publicaciones independientes, sobre la necesidad de reconsiderar la estrategia nuclear del país. Este impulso “de abajo hacia arriba”, sumado al deterioro del panorama de seguridad regional, plantea interrogantes cruciales para el próximo gobierno.
Este escenario plantea un desafío significativo para las élites gobernantes de Irán. Durante muchos años, la negativa de la sociedad a desarrollar armas nucleares sirvió para establecer una política en contra de su desarrollo. Ahora que la sociedad parece haber cambiado de opinión, surgen preguntas cruciales:
¿Qué postura deberá tomar quien se siente en la cabeza del poder ejecutivo de Irán? ¿Será el momento de que el Líder Supremo opte por una postura más asertiva con respecto a la posibilidad de que Irán tenga sus armas nucleares?
Además, cabe preguntarse: ¿Cómo influirá este cambio en la opinión pública en las negociaciones internacionales sobre el programa nuclear iraní? ¿Qué implicaciones geopolíticas tendría un Irán nuclear para la estabilidad de Medio Oriente?
Las respuestas a estas preguntas definirán no solo el futuro de Irán, sino potencialmente el equilibrio de poder en toda la región. El próximo presidente de Irán se enfrentará a decisiones trascendentales que podrían reconfigurar el futuro del panorama de seguridad internacional de Medio Oriente.
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