En la cumbre de Washington de esta semana, la OTAN tiene previsto lanzar un nuevo comando para dirigir la coordinación de la asistencia y el entrenamiento en materia de seguridad para Ucrania. Esta sería la primera gran operación nueva de la alianza desde el fin de la misión en Afganistán y, según algunos informes, tiene como objetivo mitigar el riesgo para Ucrania si el apoyo de los Estados Unidos disminuyera.
Primero Afganistán, ahora Ucrania
No obstante, una de las lecciones claras de Afganistán es que la OTAN no puede llevar a cabo operaciones sin el liderazgo de los Estados Unidos. En última instancia, el nivel de apoyo occidental a Ucrania -y su eficacia- aumentará o disminuirá en función de la política y el compromiso de los Estados Unidos, tal como ocurrió en Afganistán. Una política estadounidense de apoyo a Ucrania sigue siendo la mayor palanca para detener la agresión de Rusia y asegurar la victoria ucraniana.
Durante 20 años en Afganistán, la contribución más importante de las instituciones de la OTAN fue coordinar el apoyo al personal militar de los aliados y socios. La OTAN también contribuyó económicamente, pero significativamente menos que Estados Unidos: el Fondo Fiduciario del Ejército Nacional Afgano de la OTAN aportó un total de 3.400 millones de dólares entre 2007 y 2021, mientras que las obligaciones del Fondo de la Fuerza de Seguridad de Afganistán de Estados Unidos ascendieron a 74.700 millones de dólares entre 2005 y 2020.
La dependencia de la OTAN con EE.UU.
Aun así, el Fondo Fiduciario demuestra cómo la OTAN puede proporcionar un lugar de confianza para que los países socios no pertenecientes a la OTAN contribuyan (Corea del Sur donó 319 millones de dólares, por ejemplo). También muestra cómo los procesos y estándares de la OTAN permiten que los esfuerzos de las naciones pequeñas se conviertan en contribuciones mayores.
Aunque la OTAN utiliza formalmente el proceso de decisión de la unanimidad, las políticas estadounidenses dominaron la trayectoria de la misión de la OTAN en Afganistán. En cada coyuntura crítica de la misión (los primeros días después de los ataques del 11 de septiembre, la expansión de la misión en 2006, el aumento de tropas de 2009-2011 y la salida final en 2020-2021), el historial del debate siguió el mismo patrón: Estados Unidos tendía a informar a los aliados de las decisiones, que luego se convertían en política de la alianza, en lugar de involucrar a los aliados en el proceso de toma de decisiones.
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