En los campos de batalla de hoy, la “guerra del futuro” ya es una realidad. Los avances tecnológicos son cada vez más presentes y agobiantes, como la creciente presencia de drones y sistemas de inteligencia artificial (IA) que redefinen la naturaleza del conflicto y permiten a las fuerzas ejecutar ataques más precisos y efectivos.
No solo el actual conflicto entre Rusia y Ucrania plantea esta dinámica, donde ambos países constantemente compiten por desarrollar nuevas tecnologías para superar a su enemigo adversario. En 2020, el ejército de Azerbaiyán utilizó drones de fabricación turca e israelí, junto con municiones merodeadoras para apoderarse del enclave en disputa de Nagorno-Karabaj. Hoy día, en Myanmar y Sudán los grupos insurgentes utilizan vehículos no tripulados y algoritmos contra el gobierno, mientras que Israel en Gaza ha desplegado cientos de drones conectados a algoritmos de inteligencia artificial para ayudar a sus tropas a navegar por el terreno donde se radica la población civil que Hamás utiliza como escudo.
La automatización está cambiando el panorama bélico, revolucionando el combate urbano y militar. Pero muchos países enfrentan una gran desventaja al no estar adecuadamente preparados para enfrentar un entorno dominado por drones o sistemas de IA. Contrario a lo que se cree, Estados Unidos es uno de los países que no logra integrar nuevos conceptos operativos y aumentar la producción de drones de industria nacional.
Aunque no hay nada sorprendente en el ritmo de estos avances, ya que la guerra siempre ha estimulado la innovación, hoy los cambios son inusualmente rápidos y tendrán desde ya un efecto mucho mayor: las guerras futuras ya no se centrarán en quién puede reunir a más personas o desplegar mejores capacidades, sino que estarán dominadas por sistemas de armas cada vez más autónomos y poderosos.
Hoy día está cambiando la forma en la que las fuerzas armadas luchan, dónde y cuándo se producen los combates, con qué armas y técnicas de liderazgo, entre otras cuestiones. Y, actualmente, el desempeño de las fuerzas depende a menudo de lo bien que se adapten a las innovaciones tecnológicas y las hagan parte de sus capacidades.
Predecir qué innovaciones darán forma a las batallas futuras es difícil, aunque hasta ahora la automatización se ha centrado en el poder naval y aéreo en forma de drones marítimos y aéreos. No obstante, en el terreno también se están incorporando avances tecnológicos, como robots de reconocimiento y hasta de ataque directo. Por ejemplo, Rusia ya ha desplegado vehículos terrestres no tripulados para lanzar misiles antitanque, granadas y drones, mientras que Ucrania ha utilizado robots para la evacuación de víctimas y la eliminación de explosivos.
Pero la automatización también trae sus propias consecuencias, por ejemplo, que la tecnología caiga en “malas manos”. En 2016, el Estado Islámico (ISIS) utilizó drones baratos para contrarrestar los avances apoyados por Estados Unidos en la ciudad siria de Raqqa y la ciudad iraquí de Mosul. Hoy los hutíes están dominando el Mar Rojo a través del envío de drones para atacar barcos.
Lo cierto es que ningún Estado está totalmente preparado para las “guerras futuras”, aunque algunos países están más avanzados que otros. Para adaptarse a lo que se estima que vendrá, es crucial hacer más que simplemente reformar la compra de armas: también se deben cambiar las estructuras organizativas y los sistemas de entrenamiento de las fuerzas. Es importante, asimismo, la revisión de los procesos de adquisición de tecnología, su adopción más amplia o la reforma en el entrenamiento y las tácticas militares.
Difícilmente la naturaleza de la guerra cambie, aunque la revolución tecnológica es inevitable y se postula como un nuevo paradigma de competencia a nivel internacional.
Imagen de portada realizada con Inteligencia Artificial con el propósito de la nota.
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