La nominación de Marco Rubio como Secretario de Estado por parte de Donald Trump marca una nueva etapa en la política exterior estadounidense. Rubio, conocido por su postura firme frente a regímenes autoritarios y su oposición decidida a la creciente influencia de China en América Latina, representa una clara señal de que la región ocupará un lugar de importancia en la agenda del segundo mandato de Trump. Este nombramiento no solo resalta la importancia de la región en la agenda geopolítica de Trump, sino que también envía un mensaje claro: América Latina ya no será tratada como un área de interés secundario, y la seguridad nacional estadounidense, traducida como competencia global, especialmente con China, será el prisma a través del cual se definan las relaciones hemisféricas.
Este enfoque securitizador responde a una realidad ineludible: en las últimas décadas, América Latina pasó de ser vista como el “patio trasero” de Estados Unidos a un tablero de ajedrez donde potencias como China vieron incrementas su influencia económica y política. Según Rubio, la presencia de Beijing en la región representa un desafío que va mucho más allá de lo comercial, tocando aspectos estratégicos como la infraestructura crítica, las telecomunicaciones y la seguridad.
Desde esta perspectiva, la política de la Casa Blanca impulsada por Rubio parte de un enfoque de securitización. La securitización, según Barry Buzan, Ole Wæver y Jaap de Wilde, se conoce como el proceso mediante el cual un actor político presenta un problema como una amenaza existencial, lo que justifica medidas de emergencia fuera de los procedimientos normales (SECURITY: A New Framework for Analysis, 1998). Este marco conceptual ayuda a interpretar cómo la creciente influencia de China y la persistencia de regímenes autoritarios en América Latina son reencuadradas bajo la lógica de la seguridad nacional para Washington. Presentar estos desafíos como amenazas existenciales no solo eleva su prioridad en la agenda política, sino que también habilita la adopción de medidas excepcionales, como sanciones económicas más severas, alianzas estratégicas y un mayor protagonismo militar y diplomático en la región.
Rubio es un defensor de este enfoque desde siempre. Durante su carrera como senador, argumentó que la presencia de China en América Latina no solo es un problema económico, sino también un desafío estratégico que afecta infraestructuras críticas, telecomunicaciones y la seguridad hemisférica. En sus palabras, “No podemos permitir que el Partido Comunista Chino expanda su influencia y absorba a América Latina y el Caribe en su bloque político-económico privado. Eso dejaría a nuestro país en peor situación y atraparía a los pueblos de América Latina y el Caribe en una generación de sufrimiento y represión”. La construcción de megaproyectos como el puerto de Chancay en Perú, financiado por Beijing, ilustra el alcance de la influencia china, mientras que Estados Unidos ofrece respuestas menos competitivas, como acuerdos comerciales limitados y cooperación militar puntual.
Este contexto lleva a Rubio a promover una política exterior más agresiva que revitaliza elementos de la Doctrina Monroe, aunque adaptados a las dinámicas contemporáneas. Su estrategia incluye la creación de una coalición hemisférica de aliados conservadores para contrarrestar el avance de China y otros actores considerados malignos. Esto implica estrechar relaciones con líderes como Javier Milei en Argentina y Santiago Peña en Paraguay, quienes comparten una visión de libre mercado y rechazo al socialismo.
Sin embargo, su enfoque no se limita a la diplomacia. Rubio es un crítico feroz de regímenes como los de Cuba, Venezuela y Nicaragua, a los que considera no solo focos de autoritarismo, sino también plataformas para la influencia de China y Rusia en la región. Bajo su liderazgo, es probable que la administración Trump implemente un enfoque de “máxima presión”, que podría incluir sanciones más severas, restricciones diplomáticas y apoyo financiero, político y militar a la oposición democrática en estos países, algo que Mike Waltz, nominado para asesor de Seguridad Nacional apoya abiertamente, basado en su experiencia como ex boina verde. En este sentido, a modo de ejemplo, Waltz citó el despliegue de los Boinas Verdes estadounidenses en Colombia como un ejemplo exitoso de esta política.
Si bien la administración de Joe Biden continuó algunas políticas de la primera administración de Trump hacia América Latina, lo hizo desde un enfoque más moderado, priorizando la construcción de un marco de seguridad en el Indo-Pacífico y gestionando conflictos globales como la guerra en Ucrania y las tensiones en Medio Oriente. En contraste, es probable que Rubio proponga un enfoque más directo y agresivo hacia América Latina, que busca frenar la influencia china y fortalecer la posición de Estados Unidos en el hemisferio occidental.
México ocupa un lugar especial en esta estrategia. Con la reciente elección de Claudia Sheinbaum como presidenta, las dinámicas bilaterales están destinadas a enfrentar nuevas tensiones. Rubio tendrá que equilibrar temas como la renegociación del T-MEC, el control migratorio y la lucha contra los cárteles de la droga, al tiempo que aborda las presiones internas de una administración que promete un enfoque más duro en materia comercial. Sus declaraciones sobre la posibilidad de desplegar fuerzas especiales en México para combatir a los cárteles subrayan su disposición a considerar medidas extraordinarias, justificadas bajo el marco de la securitización.
Por otro lado, países como Argentina, bajo el liderazgo de Javier Milei, ofrecen oportunidades para fortalecer alianzas estratégicas. Milei, conocido por su afinidad ideológica con Trump y su disposición a distanciarse de China, se perfila como un socio clave en la visión de Rubio. Sin embargo, la agresividad en la implementación de políticas podría exacerbar el sentimiento antiestadounidense en algunos sectores de la región, fortaleciendo la narrativa de que Washington prioriza sus propios intereses a expensas de sus socios.
La influencia de China en América Latina es un eje central de esta narrativa. Más de 20 países de la región se han unido a la Iniciativa de la Franja y la Ruta, y muchos podrían adoptar tecnologías de telecomunicaciones chinas como las de Huawei. Estos vínculos no solo son económicos, sino también estratégicos, como la preocupación en Washington por la posible instalación de bases de espionaje en Cuba. Rubio señaló repetidamente que estas dinámicas representan una amenaza directa a la seguridad de Estados Unidos, justificando así una respuesta urgente y extraordinaria.
No obstante, este enfoque también podría enfrentar complicaciones. La percepción de que Estados Unidos prioriza la confrontación sobre la cooperación podría alienar a líderes moderados en la región. Además, la polarización política en Estados Unidos y las limitaciones presupuestarias podrían dificultar la implementación de una estrategia ambiciosa y sostenida en América Latina. Estas tensiones reflejan las limitaciones inherentes al marco de la securitización, que aunque útil para movilizar recursos y atención, también puede simplificar excesivamente problemas complejos y generar resistencias locales.
Al final, la nominación de Marco Rubio como Secretario de Estado representa un cambio notable en la política exterior estadounidense hacia América Latina. Bajo su liderazgo, las relaciones hemisféricas serán abordadas desde un enfoque securitizador, donde la competencia global y los desafíos regionales se encuadran como amenazas existenciales. Aunque este enfoque tiene el potencial de revitalizar el papel de Estados Unidos en la región, su éxito dependerá de la capacidad de Washington para equilibrar sus intereses estratégicos con las realidades locales y ofrecer una alternativa convincente a la influencia china. En última instancia, Rubio no solo propone una política, sino un cambio que redefine el lugar de interés de América Latina en la política de seguridad nacional de Estados Unidos.
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