En un movimiento que reconfigura las alianzas estratégicas en la región euroasiática, Grecia ha señalado su disposición a transferir sus sistemas de defensa aérea S-300 de Rusia a Armenia, en lugar de destinarlos a Ucrania. Esta decisión, revelada por Zona Militar, subraya la complejidad geopolítica que enfrenta Europa en su apoyo a Kiev frente a la invasión rusa, mientras equilibra otras dinámicas de seguridad regional.

Los sistemas S-300 adquiridos por Grecia a finales de los años 90 fueron originalmente transferidos desde Chipre como parte de un acuerdo para mitigar tensiones entre Nicosia y Ankara. Aunque estos sistemas rusos han sido integrados en las fuerzas armadas griegas, su uso ha sido limitado, en parte por las complicaciones políticas que implican el mantenimiento de armamento de origen ruso dentro de un país de la OTAN.

Con la guerra en Ucrania, estos sistemas han adquirido una nueva relevancia estratégica. Sin embargo, según Zona Militar, Grecia ha optado por priorizar a Armenia, un aliado tradicional que enfrenta desafíos de seguridad derivados de la inestabilidad en el Cáucaso y su relación tensa con Azerbaiyán y Turquía.

Una decisión con implicancias geopolíticas

El rechazo de Grecia a transferir los S-300 a Ucrania refleja una serie de consideraciones políticas y estratégicas. Si bien Ucrania sigue siendo una prioridad para la alianza, Grecia busca equilibrar sus contribuciones al esfuerzo colectivo con la protección de sus intereses nacionales y su relación histórica con Armenia.

En el caso de Turquía, aliado de la OTAN y enemigo de Armenia, cualquier transferencia de sistemas de defensa puede ser interpretada por Ankara como una amenaza directa o una señal de alineación estratégica, especialmente si involucra a Armenia, con la cual Turquía mantiene tensas relaciones históricas.

Pensando en Rusia, Grecia puede estar evitando una escalada directa con Moscú al transferir sistemas de fabricación rusa a Ucrania, un paso que otros países de la OTAN ya han tomado y que ha generado respuestas enérgicas del Kremlin.

    Impacto en Ucrania y Armenia

    Para Ucrania, la decisión griega significa la pérdida de una oportunidad de reforzar su capacidad defensiva frente a los ataques aéreos rusos. Los sistemas S-300 son vitales para proteger infraestructuras críticas y repeler incursiones de misiles y aviones rusos, un aspecto clave en el actual conflicto.

    A pesar de ello, Kiev podría buscar alternativas entre otros aliados de la OTAN para suplir esta necesidad, mientras enfrenta una creciente presión para mantener su capacidad de defensa aérea en niveles óptimos, especialmente con el cambio de prioridades en Washington tras la elección de Donald Trump.

    En este contexto, la redistribución de recursos militares como los S-300 subraya la tensión entre las prioridades inmediatas de seguridad colectiva y los intereses nacionales que guían la política exterior de los estados europeos.

    Para Armenia, la posible recepción de los S-300 griegos se alinea con su estrategia de modernizar y reforzar sus capacidades de defensa. En un contexto de tensiones persistentes con Azerbaiyán tras la reciente escalada en Nagorno-Karabaj, la incorporación de estos sistemas podría ser vista como un movimiento para disuadir posibles acciones agresivas en la región.

    El caso de los S-300 griegos ilustra los dilemas que enfrentan los países europeos en el actual panorama geopolítico. Mientras intentan apoyar a Ucrania, también deben considerar las dinámicas locales y regionales que afectan sus propios intereses. La decisión de Grecia podría ser interpretada como un ejemplo de cómo la política internacional no siempre converge hacia soluciones unilaterales, sino que está marcada por complejas negociaciones y cálculos estratégicos.

    *Imagenes empleadas a modo ilustrativo

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