Jordania, históricamente un baluarte de estabilidad en un Medio Oriente fragmentado, enfrenta una compleja red de desafíos que amenazan con desestabilizar su posición estratégica como “Estado tapón”. Este pequeño reino desde hace mucho viene jugando un papel relevante como mediador y amortiguador frente a conflictos que involucran a actores regionales e internacionales. No obstante, las tensiones internas, las dinámicas regionales volátiles y la intensificación de conflictos en sus fronteras colocan a Ammán en una dinamica peligrosa.
Desde la invasión estadounidense de Irak hasta la Primavera Árabe y el surgimiento del Estado Islámico, Jordania demostró resiliencia frente a crisis que sacuden a sus vecinos. Pero los retos actuales, amplificados por la guerra en Gaza, las dinámicas en Cisjordania y las actividades de actores como Irán, Israel y diversos grupos armados, amenazan con sobrepasar la capacidad del reino para mantener su equilibrio característico.
En el ámbito interno, el ascenso del Frente de Acción Islámica (FAI), el brazo político de la Hermandad Musulmana en Jordania, refleja una creciente polarización en el seno de la sociedad jordana. En las recientes elecciones parlamentarias, el FAI obtuvo una cuarta parte de los escaños, un éxito que refleja tanto el descontento público con la élite política como un rechazo a los vínculos de Jordania con Israel. Este avance no solo legitima a un movimiento opositor con raíces islamistas, sino que también alimenta un discurso populista que aprovecha las tensiones regionales, especialmente el conflicto palestino-israelí. Aunque el FAI carece del poder para desestabilizar a Jordania en el corto plazo, su creciente influencia podría a largo plazo erosionar el delicado equilibrio entre la monarquía hachemita y los diversos sectores de la sociedad.
Al mismo tiempo, las amenazas externas aumentan exponencialmente. La frontera jordana con Cisjordania se está convirtiendo en un punto crítico, con el riesgo constante de contrabando de armas y la posibilidad de una anexión israelí que obligaría a un desplazamiento masivo de palestinos hacia Jordania. El escenario, tacitamente bien recibido por ciertos sectores de la derecha israelí, desestabilizaría al reino, donde casi la mitad de la población tiene origen palestino. La propuesta de una “patria alternativa” para los palestinos en Jordania es percibida en Ammán como una amenaza existencial que pondría en riesgo tanto su identidad nacional como su seguridad interna.
La influencia de Irán en la región es otro factor desestabilizador. A través de una red de milicias y aliados regionales, Teherán logró extender su influencia en zonas como Irak, Siria y Líbano, utilizando Jordania como un potencial corredor para el contrabando de armas hacia Cisjordania y Gaza. Las Fuerzas de Movilización Popular iraquíes, vinculadas a Irán, ya provocaron tensiones en la frontera jordano-iraquí, mientras que las milicias respaldadas por Teherán operan en el norte de Siria, complicando aún más la seguridad fronteriza de Jordania. Esta presión pone a prueba la capacidad del reino para manejar múltiples amenazas simultáneamente, en un contexto donde sus recursos económicos y militares están bajo tensión.
Por otro lado, las relaciones entre Jordania e Israel, aunque resilientes en términos militares, comenzaron a deteriorase políticamente. Las políticas de expansión de asentamientos en Cisjordania y la violencia de colonos israelíes tensaron una relación que ya estaba debilitada por la falta de avances hacia una solución de dos estados. Para Jordania, la anexión de Cisjordania representaría una “línea roja” que podría desencadenar una crisis diplomática mayor con Israel, erosionando aún más la colaboración entre ambos países.
A estas dinámicas se suma la guerra en Gaza, un conflicto que no solo generó una catástrofe humanitaria, sino que también alimenta un discurso antioccidental en Jordania. La percepción de que Estados Unidos e Israel no están comprometidos con una solución justa para los palestinos fortalece la narrativa de actores como la Hermandad Musulmana, que capitalizan el descontento popular para ganar legitimidad política. El reino, al depender de la ayuda militar y financiera de Estados Unidos, se encuentra en la difícil posición de equilibrar su relación con Washington mientras aborda las sensibilidades de su población.
La complejidad del panorama geopolítico regional también afecta la capacidad de Jordania para actuar como mediador efectivo. Egipto, otro pilar tradicional en el equilibrio del Medio Oriente, enfrenta desafíos similares, incluyendo tensiones en el Sinaí y la crisis migratoria desde Gaza. Sin embargo, la percepción de que Israel ya no es un socio confiable para la paz obliga a ambos países a reconsiderar sus estrategias regionales. Esto es particularmente evidente en los esfuerzos conjuntos de Ammán y El Cairo para evitar una mayor militarización de los conflictos en la región y promover un alto el fuego en Gaza, aunque sin un plan claro de resolución a largo plazo.
En términos económicos, la estabilidad de Jordania sigue siendo frágil. Las secuelas de la pandemia de COVID-19, la disminución del turismo y la inversión extranjera directa, y un alto desempleo juvenil generan un caldo de cultivo para la inestabilidad social. Estas vulnerabilidades internas amplifican los riesgos asociados con las dinámicas externas, aumentando la presión sobre la monarquía para implementar reformas económicas y políticas que mitiguen el descontento popular.
Para garantizar su papel como estabilizador regional, Jordania probablemente redoblará sus esfuerzos diplomáticos, no solo para preservar el statu quo en Cisjordania, sino también para fortalecer las coaliciones regionales contra las influencias desestabilizadoras de actores como Irán. La colaboración con socios internacionales, incluida la Unión Europea y los países del Golfo, será de gran ayuda para garantizar un apoyo sostenido tanto en términos de seguridad como de desarrollo económico.
Por su parte, Estados Unidos, que tradicionalmente ha sido un aliado clave de Jordania, deberá revaluar su enfoque hacia el Medio Oriente, priorizando una estrategia que fomente soluciones políticas en lugar de alimentar conflictos prolongados. La restauración de un compromiso creíble con la solución de dos estados y un enfoque más proactivo para contener las actividades de actores desestabilizadores podrían reforzar la posición de Jordania y otros aliados moderados en la región.
Jordania enfrenta un delicado equilibrio entre manejar las crecientes tensiones internas, mitigar las amenazas externas y mantener su papel como puente diplomático en un Medio Oriente cada vez más fragmentado. Si bien el reino demostró en el pasado una notable capacidad de resiliencia, los desafíos actuales exigen una estrategia renovada que combine reformas internas con una diplomacia efectiva y un compromiso internacional robusto. En un momento en que la estabilidad de la región pende de un hilo, el papel de Jordania como “Estado tapón” no solo es importante para su propia supervivencia, sino también para la seguridad y la paz de todo el Medio Oriente.
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