El reciente acuerdo de libre comercio firmado entre el Mercosur y la Unión Europea (UE) ha sido presentado como un hito histórico en la integración comercial global y en la historia del comercio internacional. Sin embargo, bajo el brillo de los titulares, emergen críticas contundentes sobre la operatividad del Mercosur, los desafíos estructurales que enfrentan sus miembros y las incertidumbres que rodean la implementación efectiva del pacto.
Un acuerdo con promesas vacías y la burocracia como escollo central
Uno de los principales problemas del acuerdo UE-Mercosur es la complejidad de su ratificación. Este paso exige la aprobación en los 27 parlamentos de los países miembros de ambos bloques, lo que augura años de dilaciones. La experiencia de la UE con tratados similares muestra que diferencias políticas internas pueden paralizar acuerdos durante décadas. Solo como un ejemplo, el acuerdo de la Unión Europea con Canadá se acordó en agosto de 2014 y las últimas ratificaciones nacionales fueron en 2023. Tardaron 9 años y eso podría ser un espejo para este acuerdo.
A esto se suma el carácter institucionalmente rígido del Mercosur, donde la regla de consenso entre los socios convierte cualquier avance en un proceso tedioso y sujeto a intereses cruzados. Esta burocracia es un reflejo de un Mercosur que, en lugar de facilitar el desarrollo comercial de sus integrantes, los ata a estructuras inflexibles.
El acuerdo plantea reducciones arancelarias progresivas para ambos bloques, prometiendo beneficios para sectores estratégicos. Sin embargo, las cámaras industriales y sectores de la oposición en Argentina han señalado riesgos significativos para las economías del Mercosur, especialmente en la industria manufacturera. Por ejemplo, el viernes, diputados argentinos exigieron explicaciones al gobierno de Javier Milei sobre las consecuencias del tratado, argumentando que la apertura podría debilitar aún más industrias locales protegidas frente a la competitividad europea.
Milei, por su parte, ha relativizado la importancia del acuerdo aludiendo a la necesidad de flexibilizar las normas de negociación del Mercosur. Su administración evalúa incluso la viabilidad de continuar dentro del bloque, considerando alternativas como acuerdos bilaterales más ágiles o la disolución del Mercado Común del Sur.
Las deficiencias estructurales del Mercosur
El Mercosur, creado con la intención de ser un motor de integración económica, ha derivado en una unión aduanera imperfecta, plagada de problemas de coordinación y objetivos desalineados entre sus miembros. Argentina y Brasil, como socios principales, tienen prioridades divergentes: mientras el primero persigue una mayor apertura económica, el segundo busca proteger su industria nacional.
Además, las reglas del Mercosur no solo impiden a los países miembros negociar libremente con otras economías, sino que también favorecen sectores protegidos en detrimento de una diversificación productiva necesaria para competir globalmente. Esto ha llevado a que economías asiáticas y de otros mercados emergentes avancen en sectores de alta tecnología, mientras el Mercosur sigue atrapado en debates internos.
La falta de un plan común entre sus miembros ha derivado en conflictos recurrentes, como las restricciones comerciales de Argentina y Brasil hacia socios menores como Paraguay y Uruguay. Esta descoordinación no solo perjudica la imagen del bloque, sino que también limita su atractivo como socio comercial para economías externas. Mientras tanto, la incapacidad para diversificar exportaciones y avanzar en sectores de alto valor agregado ha mantenido al Mercosur rezagado frente a competidores más dinámicos como los del sudeste asiático.
Alternativas y soluciones para un Mercosur funcional
Expertos han señalado que una de las soluciones más viables sería transformar al Mercosur en una zona de libre comercio, dejando de lado la pretensión de una unión aduanera que, en la práctica, no funciona. Esto permitiría a los países negociar acuerdos bilaterales sin restricciones, promoviendo el crecimiento económico individual mientras se mantienen los beneficios de una integración parcial. Asimismo, se necesita una modernización profunda de sus mecanismos institucionales, reduciendo la burocracia y permitiendo mayor flexibilidad para decisiones estratégicas.
Transformar al Mercosur en una zona de libre comercio permitiría a sus miembros adoptar estrategias comerciales más independientes y adaptadas a sus realidades económicas. Por ejemplo, Uruguay podría avanzar en acuerdos bilaterales con potencias como China sin depender del consenso de socios mayores o la Argentina con Estados Unidos bajo la administración de Donald Trump. Por otro lado, la reducción de la burocracia interna, junto con la implementación de estándares más modernos de facilitación comercial, podría revitalizar el bloque y hacerlo más competitivo. Además, apostar por políticas conjuntas en innovación y tecnología permitiría al Mercosur ingresar a cadenas de valor globales, rompiendo con la dependencia histórica de exportaciones primarias.
Una encrucijada para el futuro
El acuerdo UE-Mercosur pone en evidencia no solo las limitaciones del bloque regional, sino también la urgencia de una transformación estructural. Mientras el Mercosur persista en su rigidez, sus miembros enfrentarán crecientes dificultades para adaptarse a un mundo globalizado donde la velocidad y la flexibilidad son claves.
Este tratado, lejos de ser un hito histórico, podría convertirse en un recordatorio más de las oportunidades perdidas por un bloque que, si no se reforma, seguirá siendo un obstáculo para el desarrollo comercial y económico de sus integrantes.
El Mercosur se encuentra en un momento crítico en el que debe decidir entre reformarse o seguir perdiendo relevancia. La implementación del acuerdo con la UE será una prueba de fuego para medir su capacidad de adaptarse y superar sus limitaciones históricas. Sin embargo, para que esto ocurra, será necesario un compromiso real de los gobiernos miembros para priorizar el crecimiento económico y la integración global por encima de intereses sectoriales que, hasta ahora, han dominado la agenda del bloque. Solo así podrá dejar de ser un obstáculo y convertirse en un motor de desarrollo para sus países integrantes.
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