El desafío que plantea el programa nuclear de Irán es uno de los más complejos y urgentes en el ámbito de la seguridad internacional. En los últimos años, Irán viene avanzando hacia convertirse en un estado al borde de la capacidad nuclear (nuclear-threshold state), poniendo en jaque el equilibrio de poder en el Medio Oriente. Esta amenaza no solo afecta a los vecinos inmediatos de Irán, como Israel y los estados del Golfo Pérsico, sino que también representa un peligro global al desafiar el régimen de no proliferación nuclear y amenazar las rutas energéticas críticas para la economía mundial.
En este contexto, el próximo gobierno de Donald Trump tiene una oportunidad histórica para redefinir la política estadounidense hacia Irán. Para ello, probablemente implementará una estrategia integral basada en dos pilares: un enfoque firme en las negociaciones que busque eliminar la capacidad nuclear de Irán y una política de disuasión que incluya el respaldo a una acción militar preventiva por parte de Israel si las negociaciones fracasan. En juego no solo está la estabilidad regional, sino la credibilidad de EE.UU. como garante del equilibrio regional en un sistema internacional marcado por la competencia entre grandes poderes.
La amenaza de Irán y el riesgo nuclear
El avance nuclear de Irán sigue un curso calculado y metódico. Con la capacidad de enriquecer uranio al 60% y sus instalaciones subterráneas protegidas, como la planta de Fordow, Irán está peligrosamente cerca de la capacidad de fabricar una bomba nuclear. Este progreso no solo desafía el sistema de no proliferación nuclear, sino que también altera profundamente la balanza de poder en el Medio Oriente.
Un Irán nuclear tendría consecuencias devastadoras para la región. Su capacidad militar se vería reforzada, permitiéndole consolidarse como potencia hegemónica regional. Al mismo tiempo, fortalecería su red de proxies, como Hezbolá, Hamás y las milicias chiitas en Irak, que ya demostraron su capacidad para desestabilizar la región. Los ataques del 7 de octubre de 2023 contra Israel son un recordatorio brutal de cómo estas organizaciones operan como extensiones de la política exterior iraní.
No obstante, un Irán nuclear también desataría una peligrosa carrera armamentista en la región. Países como Arabia Saudita, Turquía y Egipto se verían obligados a desarrollar sus propios programas nucleares ante la caída en la credibilidad norteamericana, generando así un entorno de inseguridad permanente. Este escenario no solo afectaría la estabilidad política, sino que también pondría en riesgo los intereses estratégicos globales, especialmente en un área tan vital para el comercio energético como el Golfo Pérsico.
Un enfoque firme como primera línea de defensa
Frente a este escenario, la estrategia inicial del gobierno de Trump seguramente se base en un enfoque firme de “máxima presión” en las negociaciones nucleares. Este enfoque, probablemente incluirá: Eliminar la capacidad de Irán para enriquecer uranio, apuntando a las instalaciones como Fordow y Natanz; asegurar inspecciones internacionales sin restricciones, con acceso a toda la infraestructura nuclear y personal clave, y por último; Desmantelar las infraestructuras de misiles balísticos nucleares, que representan una amenaza directa para la región y más allá.
Sin embargo, la historia reciente sugiere que las negociaciones por sí solas difícilmente frenarán a Irán. Desde hace décadas, Teherán sabe utilizar el tiempo y las divisiones en la comunidad internacional a su favor, jugando con los límites de lo aceptable mientras construye una capacidad que amenaza con desbordar los mecanismos tradicionales de contención. Por ello, mientras se exploran las posibilidades diplomáticas, resulta indispensable respaldarlas con medidas más contundentes, tanto en el plano económico como en el militar.
Las sanciones son y seguirán siendo un instrumento central para debilitar la posición iraní, pero su efectividad depende de un esfuerzo coordinado con aliados europeos y asiáticos. La economía iraní está en crisis debido a una moneda en colapso y la falta de recursos energéticos, lo que ofrece a Washington una ventana de oportunidad para maximizar la presión. No obstante, a medida que China y Rusia fortalecen sus relaciones con Teherán, será necesario para la Casa Blanca cerrar cualquier brecha que permita al régimen acceder a recursos que sostengan su programa nuclear o financien sus operaciones en el extranjero
Estas medidas, aunque esenciales, tienen límites, especialmente frente a un régimen dispuesto a soportar el aislamiento si con eso logra preservar su objetivo último. Es acá donde la relación de EE.UU. con Israel adquiere una dimensión imprescindible.
Israel, la última línea de defensa
Si las negociaciones no logran detener las ambiciones nucleares de Irán, es probable que EE.UU. implemente una estrategia de disuasión, mostrándose dispuesto a respaldar una acción militar preventiva por parte de Israel. Tel Aviv, que considera un Irán nuclear como una amenaza existencial, ya demostró su capacidad para ejecutar ataques quirúrgicos contra instalaciones nucleares hostiles, como en Irak en 1981 y en Siria en 2007.
Para que esta disuasión sea efectiva, necesitará no solo la ayuda diplomática de Washington, sino también asistencia militar en forma de armamento avanzado y capacidades logísticas. EE.UU. puede optar por proporcionar (o amenazar con proporcionar) a Israel armas como la bomba GBU-57, diseñada para destruir instalaciones subterráneas, y compartir inteligencia para maximizar la precisión de cualquier operación.
El respaldo a Israel sería una un mensaje inequívoco a Teherán y a otras potencias que podrían considerar desafiar los límites de lo permitido. Además, garantizar la seguridad de su tradicional aliado refuerza la confianza de los socios árabes en el compromiso estadounidense con la estabilidad regional, evitando que busquen profundizar las relaciones con actores como China y Rusia, cuyos intereses están alineados con un Medio Oriente menos dependiente de Washington.
Los Riesgos de la Inacción y la Relevancia Global de EE.UU.
Si bien cualquier operación militar conlleva riesgos considerables, el costo de la inacción sería infinitamente mayor para Washington. Permitir que Irán alcance la capacidad nuclear erosionaría la credibilidad de EE.UU. como potencia global, incentivando a adversarios como Corea del Norte a intensificar sus propios programas y debilitando la confianza de sus aliados en Europa y Asia. Además, consolidaría a Irán como un actor hegemónico en el Medio Oriente, socavando décadas de esfuerzos para mantener el equilibrio en una región que es tanto estratégica como volátil.
Además, la influencia de Irán sobre el Estrecho de Ormuz, una ruta por la que transita el 20% del petróleo mundial, pondría en riesgo la seguridad energética global. Teherán demostró su capacidad para hostigar el tráfico marítimo en esta vía crítica. Un Irán nuclear no solo aumentaría su capacidad de coerción, sino que también desataría una crisis económica global con implicaciones para las economías de Occidente y Asia.
Por otro lado, la inacción de EE.UU. sería interpretada como una señal de debilidad, abriendo la puerta a que China y Rusia amplíen su influencia en el Medio Oriente. Ambas potencias ya estrecharon sus lazos con Irán y ven la región como un escenario clave para desafiar la hegemonía estadounidense. Permitir que Irán cruce el umbral nuclear sería catastrófico no solo para la seguridad de Medio Oriente, sino para el liderazgo norteamericano en el sistema internacional en su conjunto.
De esta forma, la gestión de las ambiciones nucleares de Irán es un desafío que impactará no solo la estabilidad del Medio Oriente, sino también el equilibrio global de poder. Como se mencionó en esta columna, en este contexto es probable que Donald Trump adopte una estrategia que combine presión diplomática, sanciones económicas severas y una disuasión militar respaldada por el apoyo a una acción preventiva de Israel para encarar las negociaciones con Irán. Este enfoque buscaría contener a Teherán y proteger los intereses estratégicos de EE.UU. y sus aliados en una región donde la inacción podría tener consecuencias irreparables para la seguridad global.
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