Las elecciones presidenciales de Uruguay, celebradas el pasado 27 de octubre, dejaron entrever un escenario político de división e incertidumbre. Con el Frente Amplio (FA) a la cabeza, obteniendo un 44% de los votos, y el Partido Nacional (PN) siguiendo con un 27%, el país se prepara para un balotaje que será clave el próximo 24 de noviembre: el resultado confirmará el regreso de la izquierda como una fuerza preeminente en la política uruguaya o la coalición de centroderecha seguirá siendo un pilar formidable.
En este sentido, los resultados arrojaron que el candidato del FA, Yamandú Orsi, profesor de Historia y exgobernador de Canelones, logró posicionarse con fuerza en áreas metropolitanas como Montevideo y Canelones, que concentran el 60% de la población. En cambio, Álvaro Delgado, se posicionó como el favorito y concentró su apoyo en los departamentos rurales.
Aunque la política uruguaya giró en torno a dos bloques predominantes durante las últimas décadas, el panorama también muestra un debilitamiento de los sectores más radicales. Cabildo Abierto, una fuerza emergente en la elección pasada, cayó en esta ocasión y quedó fuera del Senado, mientras que el abogado Gustavo Salle capturó una parte del voto anti-establishment con un 2.7%, impulsado por discursos conspirativos.
Economía y seguridad, dos temas cruciales para los uruguayos
Esta contienda electoral, marcada por la moderación en los discursos de los principales candidatos, destaca la preferencia de los votantes por propuestas centradas en la estabilidad económica y la seguridad pública. Para muchos uruguayos, la estabilidad es un tema crucial en estas elecciones. Durante los últimos años, la economía creció de forma modesta bajo el Gobierno de Lacalle Pou, quien todavía mantiene un grado de popularidad en las encuestas, mientras que la inseguridad se mantiene como uno de los problemas más sentidos en el país. Aunque la izquierda presento propuestas con una que promete un gobierno honesto, se enfrenta al desafío de superar casos de corrupción resientes que involucran a figuras del actual gobierno, un tema que el FA aprovechó en su campaña.
Además, estas elecciones confirmaron una tendencia hacia la moderación en las propuestas de los partidos principales, lo cual es visto por algunos analistas de Nueva Sociedad como un movimiento hacia el centro. Con miras al balotaje, el FA y el PN deberán afinar sus estrategias para captar a un electorado que, aunque dividido, sigue confiando en el modelo democrático y estable de Uruguay. En un entorno de pocos cambios estructurales, la apuesta está en los candidatos que logren presentar una visión coherente y realista sobre los temas que se consideran importantes para el futuro del país.
El desenlace es totalmente incierto
Con los resultados actuales, parece claro que el balotaje será muy disputado. Orsi parte con cierta ventaja, respaldado por su desempeño en la primera vuelta y la lealtad tradicional de su base electoral. El 44% que obtuvo lo posiciona cerca del porcentaje necesario para ganar.
Un eje central en su campaña será su capacidad de asegurar gobernabilidad, gracias a su mayoría en el Senado, lo cual le otorga un rol clave en el próximo gobierno, independientemente del resultado. Su estrategia buscará captar el apoyo de votantes de partidos menores, además de atraer a quienes optaron por el voto en blanco o nulo y, principalmente, convencer a electores de la Coalición Multicolor que no respaldaron a Delgado. Además, la historia muestra que en anteriores balotajes, la izquierda logró crecer más que sus oponentes.
Del otro lado, el Partido Nacional de Delgado enfrenta un reto mayor, pues parte de una base electoral menor que la de Orsi, aunque es probable que consiga alinear una gran parte de los votantes de los partidos del bloque oficialista actual. Su estrategia se centrará en resaltar la suma de votos de la Coalición Multicolor como un reflejo de apoyo mayoritario y en mostrar la unidad parlamentaria como un «partido de facto», lo que podría implicar una nueva versión del Compromiso con el país, el acuerdo que llevó a Lacalle Pou al poder en la segunda vuelta de 2019. Su mayor desafío será evitar que electores de la coalición se inclinen por el Frente Amplio, una tendencia común en los balotajes que casi puso en riesgo la victoria de Lacalle Pou hace cinco años.
Todos estos escenarios solo nos deja entrever una cosa: el desenlace es totalmente incierto. Este balotaje se presenta, como pocas veces en la historia reciente, con una alta dosis de incertidumbre. Si Orsi resulta ganador, el Frente Amplio afrontará el reto de gobernar por primera vez sin mayoría parlamentaria, lo cual pondrá a prueba su capacidad de negociación. Si el triunfo es del Partido Nacional, la gobernabilidad podría ser aún más desafiante, ya que, además de cohesionar a la coalición, necesitará buscar acuerdos con los legisladores disidentes y lograr entendimientos con el bloque de izquierda.
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Fuentes consultadas: Nueva Sociedad